PERFILES (Español)




Por: Silvia Davila MM
Bogota/Copyright
Ilustración: Google Images
Dic 5, 2013




Publicado en El Tiempo, Marzo 22, 2014
GRATITUD AL MAESTRO

Los caminos de dos familias que habrían de dejar una huella profunda en la sociedad bogotana y en el país se unieron para dar a luz una hija única: Helena Cano Nieto.

Luis Cano, el padre de Helena, hijo de Fidel Cano fundador del diario El Espectador, fue quien tuvo a cargo el traslado del periódico a Bogotá. Desde sus comienzos, su pluma fina guiada por una mente culta y sostenida por valores recios, conquistó a la opinión pública y creo un escenario periodístico que respetaron amigos y detractores. Luis Cano formó parte de una dinastía de plumas profundas y audaces, de convicciones seguras, que se mantuvieron firmes en medio de las tormentas políticas y la violencia del siglo XX . Violencia que en 1987 cobró la vida de una de sus más dignos exponente, Guillermo Cano, pocos años antes que el diario saliera de las manos de la familia.
La madre de Helena, Paulina Nieto Caballero, nació en el seno de una familia bogotana dedicada a la escritura y la educación. Uno de sus hermanos, Luis Eduardo Nieto Caballero – Lenc -, comandó una pluma contestataria que cuestionó culturas, convenciones y religiones. El otro hermano de Paulina, Agustín Nieto Caballero - Don Agustín todos lo llamaba - desarrolló una visión propia sobre la educación moderna, trajo al país el sistema Montessori, La Escuela Nueva, donó un terreno suyo en el entonces norte de Bogotá y con la familia Samper fundó el Gimnasio Moderno. Durante el siglo XX, el Gimnasio Moderno y el Gimnasio Campestre de Alfonso Casas, fueron dos de los más reconocidos planteles educativos depositarios de varias generaciones. Doña Paulina formó parte de la Junta Directiva del Gimnasio Femenino, la versión para niñas del Gimnasio Moderno.
Así las cosas, la única hija de Luis Cano y de Paulina Nieto Caballero creció en un mundo en el que confluían la sed de cultura, la buena pluma, la responsabilidad con el país, una autentica vocación y el don de la enseñanza. Su vocación de educadora dio señas desde muy temprano. Como premonitoria introducción al oficio, sus padres le apoyaron desde niña la creación de una “colonia de vacaciones” en su finca, Acaidaima, en donde reunía todos los años un grupo de niñas de pocos recursos con quienes compartía sus privilegios y conocimientos. De esa experiencia surgió años después su primer proyecto educativo, el Centro de Estudios, que capacitaba en una variedad de disciplinas técnicas, humanísticas y domésticas a jóvenes cuyos ingresos no les permitía ingresar a los planteles reconocidos. Vivió en Ginebra, Paris y Río de Janeiro y estudió en la Universidad Nacional pero fue el Gimnasio Femenino en donde empezó en forma su carrera docente.
La muerte de Luis Cano en 1950 le planteó a Helena Cano la decisión más importante de su carrera. El Espectador, en la cima de su prestigio, formó parte de la herencia que el padre le dejara. Avocada a decidir entre el periodismo y la docencia optó por dejar el periódico y emprender la aventura de fundar un colegio en su casa de la avenida 82 en Bogotá - el Gimnasio de Nuestra Señora - que durante los siguientes treinta años sería conocido como el colegio de la Nena Cano. En la alcoba que había sido de su madre fallecida en 1964 construyó una capilla, conservó un eucaliptos centenario que reinaría en el patio del colegio durante toda su existencia, mantuvo su guarida personal en el piso más alto, y construyó salones de clase en resto de la casa. El colegio hecho realidad empezó con ochenta niñas a quienes inculcaría el marco cultural de su familia, sus amplios conocimientos, la buena pluma y sus propias convicciones. En sus palabras: “Queremos formar niñas valientes, libres, generosas de espíritu, nunca sumisas ni dóciles, siempre decididas a ir hacia adelante, a dar forma al mañana, a investigar más que a aceptar, a transformar más que a obedecer, a ser más que tener”. Como símbolo de su “grito de guerra” en un medio educativo conservador vistió a sus alumnas de uniforme rojo.
Con esos ideales construyó un colegio que se mantuvo pequeño por política, en el que no se hacían filas estrictas ni silencios obligatorios, ni premios ni castigos, ni cinco o cero en conducta. La suya era una educación que favorecía la experiencia empírica, valoraba la iniciativa, daba igual peso a las matemáticas que a las artes, y obtenía orgullo de la excelencia académica. Durante más de una década de años consecutivos, su plantel se mantuvo en el primer lugar de las mediciones oficiales del país. Esto, quizás, porque en su colegio el ciclo del agua no se enseñaba, se mostraba con olla de agua hirviendo, vidrio que llovía y cubetas de hielo. La circulación de la sangre se hacía con mangueras rojas y azules en el patio, la historia del arte con juegos de láminas de los grandes maestros. Había declamaciones de poesía, coro de música sagrada y “murga” de música popular, bailes, presentaciones en el Teatro Colon, y concursos de “cabeza y cola” sobre historia. Quizás la demostración más excéntrica de su vocación  pedagógica fueron las clases de geografía que dictaba en un DC-4 que alquilaba para ver en panorámica las montañas, los valles y los ríos. Había también clases de equitación, de cerámica, de cocina y los muy esperados paseos a su finca, Acandaima.
Helena alguna vez afirmó que no sabría decir si fundar un colegio es fácil o difícil. De hecho, resulto “fácil” para ella gracias a otra persona que se encontró en el camino durante sus años del Nuevo Gimnasio: Leonor Medina, un espíritu sereno y conciliador, trabajador y práctico. Con ella formaron un equipo exitoso. Complementando capacidades y ambiciones hicieron el colegio desde el primer día y deliberaron largas horas antes de tomar la decisión de cerrarlo. En 1994, tras 25 promociones, el colegio de la Nena Cano cerró sus puertas dejando tras de sí el ideal que lo guiaba: armonía entre excelencia académica y calidad humana.  Esta semana, a los 97 años, Helena Cano Nieto cerró también su puerta. Pese a que algunas de sus actuaciones e ideas resultaban para algunos polémicas, nadie puede negar que esta mujer culta, inteligente, audaz para su época, creativa en su vocación - quien invirtió toda su fortuna y propiedades en la educación de niñas, con sus convicciones, a su manera - dejó huella. Sé que hoy hay muchas mujeres en Bogotá que, como yo, sienten gratitud hacia el maestro.
Sylvia Dávila M
Marzo 21, 3014









CUAL FUTURO?

El reciente escándalo de los ex-presidentes dejó en el aire en boca de uno de ellos una frase interesante: los colombianos deben recordar y conocer su historia. Un poco de historia.


IN ENGLISH BELOW


Tras la independencia, la otrora Nueva Granada en donde estaba insertado el país que es hoy Colombia, al igual que el resto del continente vivió un período de caos y vacío de gobernabilidad. Con el tiempo, las formas coloniales que habían echado raíces durante cuatrocientos años, pese al rompimiento de lazos con España, encontraron camino y el antiguo esquema se mantuvo: una elite gobernante criolla puso a su servicio a una mayoría compuesta por el más variado mestizaje. El fenómeno se extendió a toda Latinoamérica. Colombia no fue excepción y los sectores de la población que se hicieron al control de país, con el tiempo, se repartieron entre dos partidos de mínimas variaciones ideológicas, el Conservador y el Liberal, agrupaciones políticas que compartían poder y disfrutaban sus dividendos. El esquema se mantuvo en el tiempo con tal solidez que en los años cincuentas, tras una breve dictadura militar de tres años, optaron por ahorrarse el esfuerzo de vender programas de gobierno o convencer electorados y se acogieron a una fórmula, el Frente Nacional, que daba turno alternado en el poder al uno y al otro. El sector gobernante se fortaleció en influencia y poder económico. Pero hacia mediados del siglo pasado, dos variables nuevas cambiarían el panorama.

De un lado, las guerrillas. En los años sesenta del siglo XX y bajo la aureola heroica que desplazó por todo el continente la revolución cubana, diferentes sectores de la población optaron por enfrentar el sistema con armas. Surgieron las guerrillas que, bajo toda clase de nombres e impulsadas por las figuras carismáticas de Fidel Castro y el Che Guevara, reunieron descontento popular, y se establecieron como parte integral y violenta de la problemática del continente y de Colombia. Los demás países del continente encontraron una o otra salida para ellas, sólo en Colombia siguieron existiendo década tras década al desdibujarse su motivación original y mezclarse con la segunda variable que cambió la historia de Colombia: el narcotráfico. Lo que empezó en los años setenta con un boom de la marihuana que en el trópico colombiano se producía fácilmente, en los ochenta explotó en la forma de sectores dedicados a la producción y venta de cocaína conocidos como los carteles de la coca. La sociedad colombiana que, hasta cierto punto, había sido permisiva con un fenómeno que aun no mostraba los dientes pero sí mucho dinero, se despertó una mañana inmersa en una ola de violencia sin precedentes. Pese a que el narcotráfico se expandía rápidamente en toda clase de sectores dado el volumen de dinero que producía, los ochenta y parte de los noventas estuvieron dominados por dos grupos conocidos como el cartel de Medellín y el cartel de Cali.  Visto en perspectiva, ambos grupos, inmensamente adinerados, intentaron consolidar un poder propio mediante formas distintas. Haciendo uso ambos de una violencia indiscriminada el cartel de Medellín, con Pablo Escobar a la cabeza, intentó sitiar al país con las más retorcidas formas de violencia: bombas, secuestros, asesinatos individuales, masacres. Ríos de sangre.  El cartel de Cali, con un hombre al que llamaban el ajedrecista a la cabeza, optó por buscar y encontrar caminos para llegar al poder. El resultado para el país fue una década de terror generalizado, de muertes insensatas de una parte, y de otra el inicio de un proceso de corrupción política en todos los estamentos de la nación. El narcotráfico todo lo compraba, estaba decidido a tomarse el poder y lo haría abiertamente o en subterráneo. El asesinato de Luis Carlos Galán constituyó el golpe de gracia para las esperanzas de los colombianos. Un hombre preparado, culto y honesto, Galán luchó por todos, lo intentó por las vías institucionales, llenó de esperanzas a las gentes y murió abaleado sobre una tarima en un barrio de Bogotá.  El silencio abatido del país el día de su entierro daba fe de la comprensión mustia del pueblo colombiano del nuevo momento que había aterrizado en estas tierras.

Desde entonces, el país ha vivido – en términos de gobiernos – casi dos décadas de cuatrienios signados cada uno por tragedias para los colombianos como nación y bajo la sombra del espíritu narco luchando por imponerse. El gobierno de Gaviria estuvo marcado por los narco-cassettes, la violencia desatada por Escobar y su cuestionada fuga. De fondo, el apagón. La redacción de la nueva Constitución fue retada por el tema de la extradición hasta que consiguió eliminarla, se creó una corte constitucional que puso llave a la misma, y una fiscalía general que puso en las manos de un sólo funcionario los crímenes del narcotráfico. Al gobierno de Samper lo condujo durante todo el período el “proceso 8.000” que comprobó dineros de los narcos en la campaña. Le siguieron ocho años de Uribe en los que los derechos humanos escribieron una página única en la historia del país y del mundo – los falsos positivos – asesinatos de niños inocentes, y la aparición de hordas con patente de corso que se aplicaron a saquear al Estado y cuyas consecuencias fueron conocidas por los colombianos en los inicios de gobierno de Santos. Los carruseles de la corrupción. En esos ocho años, el paramilitarismo se salió del campo y se instaló en la ciudad. La tragedia del gobierno de Santos es la Salud de los colombianos. Al destapar la hoya podrida al comienzo de su período, se encontró que una mezcla de corrupción desalmada y de lavado de activos se había tomado en su totalidad el sistema nacional de Salud para amasar riqueza individuales a costa de todos los colombianos. Pese a ello, hoy el Fiscal General de la Nación, por elección de una terna presentada por la Presidencia de la República,  es el abogado que consiguió devolver la algunos de los corruptos su empresa.  Durante esas décadas el espíritu narco se tomó las mayorías en el Congreso de la República y varias salas de la Rama Judicial. Las Fuerzas Armadas, la Policía y las agencias de seguridad del Estado fueron un blanco obvio. Las voces disidentes, los periodistas valientes, los políticos consientes y los jueces decididos fueron puestos contra la pared con manuales de persecución dirigidos a ellos y a sus familias. Este mismo escrito es peligroso no por causa del gobierno sino de quienes ordenaron y escribieron los manuales. Como siempre, la escena estuvo adobada durante esas dos décadas por la violencia irracional de la guerrila.

Todo lo anterior está publicado en los medios de comunicación colombianos durante esas dos décadas. Esa ha sido la historia. Pero la tragedia no son esas demostraciones de violencia, indolencia, ignorancia y corrupción. La tragedia para Colombia es que durante ese forcejeo entre una Colombia sana y el espíritu narco que sólo ve al individuo y no a la comunidad, han quedado a la deriva todos los elementos que, de hecho, ofrecen un futuro a los adultos y a los niños: la educación, la salud, la producción, el crecimiento no de índices financieros sino de comunidades vitales, la capacidad de medirse como nación en un mundo de crecientes y complicados retos, la decisión planificada e inteligente, el uso de los recursos como motor de crecimiento no para unos pocos sino para todos, y el derecho de todos de hacerse una vida, una buena vida.  Todo ello estuvo en un segundo plano mientras se enfrentaba una lucha inútil y violenta. Colombia, los colombianos, deben decidir si continuar agachados frente a las regulares oleadas de desgracia o unir fuerzas, rescatar los valores que hacen crecer, y luchar por la tierra, hogar de los niños. Pese a los buenos esfuerzos de algunos de sus gobernantes, Colombia necesita que los médicos retomen el sistema de salud, que pensadores, oradores y planificadores retomen el Congreso, que hombres justos se sienten en las Cortes, que el juramento por la patria sea el avemaría de las fuerzas armadas, que administradores administren, que los comunicadores cuenten toda la verdad, que los niños estudien, los jóvenes trabajen, y los viejos sean atendidos, y que visionarios preparados, capacitados, justos y audaces lleguen al poder y trabajen para la comunidad que es Colombia. Se necesitan líderes. Es necesario que los líderes salgan de sus casas en todas la áreas y reasuman el liderazgo del país para que el pan de cada día no sean los escándalos que lo desangran desde todas las esquinas,  sino el producto de una visión común que levante y sane las heridas. Una visión que sacuda los anquilosados vericuetos políticos en los que se agazapan rabos de paja y hoyas podridas, sitios que sirven para cuidar espaldas y ocultar sus crímenes mientras ignoran a las gentes. Una visión de futuro anclada en la contundencia de la realidad global y alimentada por la fuerza de un pueblo trabajador y valiente que ya ha derramado demasiada sangre, perdido demasiado dinero, demasiados recursos y ahogado demasiadas esperanzas. Cerrar los ojos solo hace perenne la tragedia. Para que los líderes surjan, Colombia necesita conocer la verdad, hacer justicia y, por supuesto, la paz. De esa manera, cuando lleguen las elecciones municipales, departamentales, de alcaldías, de Congreso y presidenciales, los colombianos a conciencia estarán enfrentados a una decisión única e histórica: permitir que el forcejeo indolente continúe para siempre o salvarse. Decidir cuál futuro./SDMM, Dic 5,2013




WHAT FUTURE?

The recent public quarrel among colombian ex-presidents left an interesting phrase on the air: Colombian people should know and remember its history. Here´s some history:

After the Independence, the once Nueva Granada where Colombia was inserted during the colony, the country lived a period of chaos and lack of governability just as the rest of the continent. With time, after the Spanish left, colonial ways, settled for four hundred years, found new paths to keep the old scheme: a creole ruling elite drew the big majority of a varied racial blends into its service. The phenomenon extended all through Latin America. Colombia was not exception and those who got hold of the country´s control divided it between two parties of tiny ideological variations. The Liberal and the Conservative parties shared power and enjoyed the dividends. The figure lived strongly in time to the point that in the fifties, after a short three-years dictatorship, they opted to save efforts selling government plans or gaining audiences to join in a formula - The National Front - which alternated power between them every four years. The ruling sector grew strong in influence and economic power. But half way the past century two variables were to change forever the view.

One of them: guerrillas. During the sixties of the twentieth century, under the heroic aura the Cuban revolution spread all over the continent, a part of the population chose to challenge the establishment by arms. Guerrillas surfaced pushed by the charismatic personalities of Fidel Castro and Che Guevara, collected popular discontent, and became an integral and violent part of the continent and Colombia´s difficulties. Every other country in Latin America found solutions for them. Colombia has seen them decade after decade when its apparent social original motives mixed with the second variable that changed Colombian history: drug trafficking.

What began in the sixties with the marihuana boom easily grown in the tropic, burst in the eighties with the production and distribution of cocaine by vast sectors called the drug cartels. Colombian society that, to a certain point, had been indulgent with a phenomenon that had not yet showed its jaws but instead good amounts of money, woke up one day sunken in an unknown, terrifying violence. Drug trafficking quickly gained force, lead in the eighties and nineties by two groups known as the Medellin and the Cali Cartel. Seen today with perspective, both groups, hugely rich, tried to consolidate their power by different means. Using, both of them, random and targeted violence, the Medellin cartel headed by Pablo Escobar, sieged the nation with twisted forms of violence: bombs, kidnappings, individual murders, massacres. Rivers of blood. The Cali cartel with a man nicknamed the chess master on the lead, opted to look for ways into the established forms of power. The result for the country was a decade of terror on one hand, and the beginning of a political corruption process all along the state, on the other. Drug traffickers could buy anything, they were determined to reach power in order to abolish extradition, and they would do it openly or underground. The assassination of Luis Carlos Galán was a turning point for Colombia. A capable, cultured, honest man, Galán fought for all within the rules of the institutional game, but fell shot down while lending his thoughts and words in a Bogotá´s suburb. The battered silence the country fell in the day of his funeral showed colombian people´s mute understanding of the hard burden that had already landed.

Since then, the country has lived - in terms of governments - almost two decades of four-years periods sealed by tragedy for colombian people as a nation, and under the shadow of the narco spirit struggling to prevail.  President Gaviria´s rule was marked by the so called "narco-cassettes", the violence unleashed by Escobar and his questioned escape. At the background the apagon, several months of light power scarcity. The writing of the new Constitution under his care was challenged by the extradition issue which managed to be left out of the chart. The new chart also created the constitutional court which locked it, and the figure of the general attorney moving into the hands of just one civil servant the drug trafficking crimes. President´s Samper government was run by the so called "process 8.000", an enquire that proved narco-money thrown into his campaign. Then came eight years of Alvaro Uribe, a time where a unique page on human rights were written - the false positives - innocent children killed to fill successful operations reports. Herds with corsican patents also  apply themselves to sack the state. Its consequences saw the light during the first month of his successor period, people call it the carousel of corruption. During those four years paramilitarism spirit left the countryside and set itself in the city. President Santos tragedy is colombian people´s Health. When the pot was open and all the wrong doings popped out, it was found that the entire national health service had been taken by a mix of corrupted, heartless groups, and money hiders. However, today, the general attorney chosen in a short list delivered by the Presidency, is the lawyer who managed to give back to the corrupt groups the Health companies that had been confiscated. During that decade the narco spirit got hold of majorities in the Congress, and of some of the judicial Courts. The armed forces, the police, and the state security forces were an obvious target. Dissident voices, courageous journalists, mindful politicians, or determined judges were pushed against the wall by intelligence manuals designed against them and their families. This very post puts me in jeopardy maybe not by the government but by those who ordered and wrote the manuals. The scenario during those two decades was, as always, seasoned by the guerrilla´s irrational violence.

All the events described above have been published in Colombian Media during those decades. That is history. The real tragedy for Colombia is not that evidence of violence, indolence, ignorance and corruption. The tragedy comes when the struggle between a healthy Colombia and the narco-spirit that cares only for the individual rather than the community, leave drifting all elements that, actually, build a future: education, health, production, growing not financial numbers but vital communities, the ability for wisely planning, the use of resources not just for some but for all, and the right to make a life, a good life. All that was pushed to the background while facing a useless, violent struggle. Precious time was lost.  At this point, colombian people must decide wether they keep low-headed before this regular waves of disgrace or join forces to rescue the values that promote life and keep the children´s home. Despite some good efforts of some of its rulers, Colombia needs doctors rescuing the national health system, thinkers, speakers and planners to retake Congress, just men sat in the Courts. The country needs that the oath to protect and save the motherland be the daily prayer in the armed forces, administrators administrating, children studying, youth working, elders attended, communicators telling the exact truth..., and visionary, prepared, capable, just, audacious men and women reaching power spheres to work for the entire colombian community. Leaders are needed. Leaders in all areas ready to come out their homes to resume the country´s leadership so that everyday´s bread are not bleeding scandals but the product of a common vision, a lifting healing vision. A vision able to shake the stiff political short cuts where hidden secrets and crimes huddle, places used to keep each others backs while ignoring peoples wants. A vision of the future anchored in the forcefulness of the global reality, and fed by the strength of a working valiant people who has already spread too much blood, lost too much money and resources, and vanished too much hopes. For leaders to surface, Colombia needs to know the Truth, make Justice, and of course, reach peace. Therefore, when elections comes - provinces, departments, mayors, congress and president . colombian people, sufficiently illustrated, will face a unique decision: let the indolent struggle go on forever, or save themselves. Choose which future./SDMM, Dic 5,2013



Por: Silvia Dávila MM
Bogotá/ COPYRIGHT

ALFREDO DAVILA MUÑOZ
1911- 1995

María Antonia Muñoz Acero, hija de Juana Josefa Acero y de Aurelio Muñoz fue la madre y el centro de su existencia hasta bien entrada la edad adulta. La casa de la infancia de María Antonia fue El Pinal, una hacienda que al definirse los limites modernos quedó dividida entre Colombia y Venezuela. Con cuatro hijas y ningún hijo varón, el padre dio a cada una de sus hijas una cuarta parte. María Antonia recibió San Félix, lugar en el que Alfredo vivió su primera infancia. Nació en 1911. Del padre, Manuel Dávila, poco se sabe. Hay quien suele entretenerse construyendo la historia de dos hermanos provenientes de Ávila en España que llegaron al continente en épocas de conquista. Uno descendió del galeón y se quedó en el puerto y el otro montó una mula y aventuró en la manigua, de donde surgen las dos líneas las dos líneas de esa familia, los del interior y los de la costa. Verdad o leyenda, Manuel fue una bella figura nacida en Santander del Norte quien le dio a María Antonia siete hijos, el menor Alfredo. Los infructuosos esfuerzos de Manuel de un oficio a otro y su pasión por las tabernas llevaron a María Antonia a la ruina. De los siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres, el mayor cogió camino pronto, abandonó la casa; el segundo murió joven y el tercero siguió el camino del padre. María Antonia quedó sola con tres hijas y el pequeño Alfredo. En la realidad de una época de prevalencia masculina, Alfredo quedó solo con la madre y tres hermanas. Tenía 14 años.

María Antonia le había enseñado a escribir, una caligrafía parsimoniosa, recovecuda, antigua, bien formada, perfecta letra de molde. Era el único recurso con el que contaba y consiguió un trabajo de policía escribiente por treinta pesos mensuales. Le daba veinte a María Antonia y abrió una cuenta de banco para guardar los diez restantes. Un día, cuando consignaba los diez pesos, vio un aviso buscando un cajero y aplicó. Los años que trabajó como cajero de banco le entrenaron una mente capaz de hacer operaciones matemáticas veloces, habilidad que conservó hasta el final de sus días. Llevaba una vida sencilla y organizada que le permitía mantener a María Antonia y a sus tres hermanas. Hecho hombre temprano, desarrolló una personalidad cuyos rasgos afinaría con los años: tenacidad, disciplina, determinación, sencillez y buen humor. Apenas comenzando a vivir recibió la carga de su familia y la asumió con decisión. A la pregunta “Como aprendió todo lo que sabe?” contestaba “Mirando”.

Cerca de cumplir los treinta años una de las hermanas enfermó gravemente. El tratamiento que requería se encontraba en la capital, Bogotá. En una de las decisiones más audaces de su vida inducida, como muchas otras, por el amor a su familia, empacó la vida y partió con la madre y las hermanas hacia una ciudad que le era ajena y desconocida. Llevaba en el bolsillo una carta de recomendación del gerente del banco dirigida a una sucursal capitalina. Sostener cinco personas y el tratamiento de la hermana enferma - con el mismo sueldo - en la ciudad resultaba imposible pero no conocía persona alguna, no había puertas en donde golpear. Para ayudarlo, María Antonia pedía un par de bultos de café recogidos en San Félix y con los hermanas lo molían y empacaban en la noche. A las cinco de la mañana, todos los días, Alfredo vendía café por el barrio antes de llegar al trabajo en el banco. Revisaba la cartelera de avisos religiosamente con la esperanza de encontrar una idea que lo empujara a dar el siguiente paso y llegó: un curso para agentes de seguros. Al tomarlo, Alfredo dio el paso que definiría para siempre tres aspectos fundamentales de su vida: el trabajo, la amistad y el amor.

Durante el curso conoció a Gerardo, un cachaco purasangre: vestido y chaleco, gabardina y sombrero, paraguas y zapatos lustrados. Profundamente religioso, metódico, reverencial, y calmo, Gerardo entró a la vida de Alfredo para empezar una amistad y relación profesional que duró cincuenta años. Compartieron oficina de Seguros y sus experiencias más vitales. Fueron hermanos, quizás el único que tuvo Alfredo. Juntos constituían el más perfecto ejemplo de tolerancia: el agua y el aceite en convivencia, respeto y apoyo en medio de las diferencias, amistad a prueba de todo. Fue en una de las correrías de venta de seguros que Gerardo invitó a Alfredo a almorzar en casa de un tío suyo en Barranquilla. La fina mano del destino dio su puntada implacable. El tío de Gerardo fue la persona a quien el capitán Juan Antonio Morales había encargado el cuidado de su bebé recién nacido tras la muerte de Isobel, su esposa. (Perfil Juan Antonio Morales). Isabel, la hija mayor de Juan Antonio, había viajado desde Bogotá a visitar a su pequeño hermano dejado bajo la custodia del tío Ospina. Palabras de Alfredo: “Cuando la vi, supe que sería la mujer del resto de mi vida”.

A los veintiún años, Isabel era una rara belleza criada y cuidada por el capitán con mucho esmero. El amor tomó posesión de esa historia y se convirtió en matrimonio. Alfredo y Juan Antonio, El Capi, dos personalidades opuestas, dos caminos que se cruzaron y midieron terrenos.  El hombre que se llevaba a su hija era apenas dos años menor, Alfredo le llevaba a Isabel dieciséis años y había llevado una vida que giraba en torno al cuidado de María Antonia. Ella fue su única fuente de cariño, de compañía y de enseñanza. La cuidaba, no por obligación filial sino porque la adoraba. A los treinta y siete años seguía soltero…hasta que vio a Isabel. El Capi al enterarse montó en cólera, prendió alarmas e impuso prohibiciones enfáticas. Sin embargo, su personalidad dominante, impositiva y decidida tuvo que ceder frente a la personalidad serena, alegre e igualmente decidida de Alfredo. El amor cobró su presa y una madrugada en la iglesia de Lourdes, a escondidas del Capi, Alfredo e Isabel iniciaron una ruta que los mantendría juntos cuarenta y siete años.

La oficina de seguros dio frutos y sustento a la familia. Los hijos llegaron como pepas de rosario: Alfredo, al año Patricia, al año Myriam, dos años más tarde Marta, otros dos años y llegó Sylvia y dos más para ver a Eduardo, el último. Para cuando la camada estuvo completa, Alfredo había instalado a la familia en la casa de la setenta, casa que marcó el inicio de épocas que serían siempre prósperas. La vida le compensó afectos con afectos. María Antonia murió justo antes del nacimiento de su primogénito.

Un ser que pedaleó cada kilómetro sólo, desarrolló una visión de la vida auténtica y única. La disciplina que necesitó para llevar todas sus cargas con éxito terminó instalada en sus rutinas cotidianas. En su guardarropas había cinco vestidos. Isabel le encargaba paños ingleses que un sastre confeccionaba a su medida, vestido completo con chaleco. Un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, en el ojal de la solapa el escudo de la compañía, colonia Farina y una sonrisa radiante eran los signos distintivos de la envoltura que le ponía a una hermosa figura. Quién sabe en qué momento adoptó creencias que apuntalaban sus esfuerzo. El vestido azul oscuro era para el lunes, el gris para el martes, el café para el miércoles, el azul claro para el jueves y el negro para el viernes. Cumplía ese pequeño mandato diario hasta el punto en que cuando alguno de los trajes acusaba fatiga le decía a Isabel “Mami, tenemos que cambiar el vestido del jueves” y, sin mediar palabra, ella sacaba el que era. Del desértico tubo de su amplio guardarropa colgaban los cinco vestidos acompañados por las dos chaquetas del fin de semana. Usaba la del sábado en la mañana sobre el uniforme de tenis. Cuando tuvo medios, compró una acción en el recién fundado América Tenis Club, varias canchas enclavadas en el corazón de la ciudad. Su carnet era el número cinco. Desde ese momento, los porteros del club lo vieron entrar todos los sábados en la mañana y salir al medio día. Se detenía en la panadería Panfino de la séptima con cuarenta y cinco, compraba una bolsa gigante de mogollas y regresaba a la casa a estar con los niños. El domingo también pertenecía a los niños pero sólo hasta las dos de la tarde, momento en el cual entraba en acción la otra chaqueta que acompañaba de boina y bufanda, una sillita plegable con el logotipo azul del equipo de fútbol Millonarios impreso, y salía para el estadio. Todos los domingos. El fútbol y el tenis fueron sus pasiones.

El cigarrillo ni el alcohol existían en su vida y sus comidas estaban controladas por su férrea disciplina. En el desayuno abundante estaba siempre presente un plato de frutas, uvas sus preferidas, changua con huevo, cilantro y cebollitas, galletas Saltinas con mermelada de naranja y café. Cerca de los cubiertos la revista El Gráfico. Sin importar en dónde estuviera, regresaba a almorzar a la casa, se quitaba el saco, se acostaba boca arriba en la cama y dormía quince minutos. Tenía la facultad de desconectarse a voluntad. Roncaba. Cumplía esa rutina todos los días. Una rutina circular que reservaba y renovaba las energías, le daba al tiempo sus medidas y fuerza a sus propósitos. De pocos amigos, sólo Gerardo, Alfredo había desarrollado una fuerza solitaria que se bastaba a sí misma y que, otro rasgo de su carácter, entregaba generosamente.

Pedro, un muchacho de 18 años a quien contrató como mensajero en su oficina, fue uno de los beneficiarios de su empuje. Lo empujó hasta que lo gradúo de abogado. Fue su hijo adoptivo. Le dio la mano quizás reconociendo sus propios comienzos.  La señorita Isabel, una mujer mayor de una familia caída en desgracia, sola, que se ganaba la vida dando clases de piano entre otros alumnos a mis hermanas, recibió un mercado mensual anónimo hasta el ultimo día de su vida cuando las manos ya no pudieron posarse sobre las teclas del piano. Alfredo enviaba a Pedro con el mercado y con la instrucción de darle una descripción distinta a la suya cuando ella preguntara quien lo enviaba. Ayuda con dignidad quizás, también, sacando de sus adentros el siempre presente amor por María Antonia.  El ascensorista de la compañía de seguros, tal y como él mismo decía “era el tipo más elegante de la compañía” porque cuando alguno de sus vestidos, el del lunes o el del martes era reemplazado, Alfredo se lo regalaba. Creía que el amor propio que conlleva la buena apariencia, ayuda. Solía decir “el día que peor estoy me pongo mi mejor vestido”.  Las Vargas, un par de hermanas ancianas perdidas y angustiadas en la tramitología de sus vidas sencillas, tuvieron en Alfredo el organizador ad honorem de sus finanzas, seguros, y documentos. Lo adoraban. Ramón, conductor de camión, trabajador, alegre y divertido recibió su ayuda durante muchos años hasta que se convirtió en empresario de partes para automóviles. Ignacio, un viejo retirado, sólo y sin familia, que había trabajado en una fábrica de ladrillos, se convirtió en el jardinero de su casa hasta su muerte. Su gusto por dar se volvía frenético en Diciembre. 

Hacia el 15 de diciembre todos los años, además de la “fabrica” de tamales que Isabel montaba en la cocina para la familia, se inauguraba una jornada frenética de empaque de regalos que Isabel compraba siguiendo la lista que Alfredo le entregaba: una loción para la totalidad de las secretarias de la compañía de seguros que debían recibir los lujosos regalos de sus jefes y nada para ellas. Un juguete para todos los niños de una fundación de monjas en el barrio Las Ferias. Tamales con chocolate para el ancianato de la segunda con tercera. Todos los 24 de diciembre era labor obligada ir a llevarlos.

Alfredo Dávila Muñoz, una personalidad suigéneris que cuando la vida le dio se lo pasó a otros. Compraba el auto último modelo para Isabel. Él usaba uno pequeño y poco vistoso porque “lo puedo parquear en cualquier parte y además nadie me lo roba”. El superávit de sus finanzas iba a dar a las vacaciones y a los gustos de Isabel influenciados por su madrastra británica. Vajilla, cristal, manteles. Consintió a Isabel igual que a María Antonia y apoyó siempre su versatilidad en labores domésticas. Tejido, bordado, costura, jardinería, culinaria, pastillaje, pintura en porcelana, cualquier actividad que ella emprendiera encontraba un lugar en el presupuesto cuentagotas de Alfredo. El nunca compraba nada. El valor de su existencia se centraba en sus rutinas pensadas y en la consecución de los proyectos de quienes hubieran encontrado un camino a sus afectos. La familia era su espacio, su norte y su trono. Prueba de ello era el contenido de su caja fuerte colocada sobre la zapatera del guardarropa a la vista de todos. Cuando alguien preguntaba “Qué hay adentro?”, contestaba “las joyas”. La caja permaneció allí durante muchos años hasta el día, hacia el final de su vida, cuando la ciudad, el país y el mundo habían abandonado aquellas épocas en las que, como él decía “todos éramos honrados”, un atraco a mano armada redujo bajo una mordaza a quienes se encontraban en la casa. Al ver la caja fuerte junto a los zapatos, los atracadores creyeron haber justificado sus esfuerzos. Necesitaban la clave. Viejo y agobiado por una violencia ajena a su existencia y cruel con su familia, no la recordaba. Los hombres, entonces, lanzaron la caja desde el según piso varias veces hasta que el hierro prensado cedió, la puerta de la caja fuerte se abrió y salió rebotando una fotografía de sus cuatro hijas vestidas para fiesta. Era todo lo que había: sus joyas. Cuando alguno lloraba por objetos perdidos o robados decía: “No llore mijo que los anillos se van pero quedan los dedos”. Respetaba en otros el poder y la fortuna pero a él no lo cambiaban. Su sonrisa abierta y directa era la misma con el presidente de la compañía y con el ascensorista. Envió a todos los hijos a estudiar en el exterior pero exhibía con orgullo el lenguaje, los dichos y las costumbres de la tierra de María Antonia. “Carajo” coronaba casi todas sus frases y sus dichos proverbiales cargaban la esencia de la más sutil filosofía. “Cada uno tiene su forma de ser pendejo…” era una de ellas, o frente a la mentira y artimañas “No se preocupe mijo que en este mundo cada uno queda como lo que es”. Aunque todos adjudicaban su éxito con las mujeres a su bella figura, él explicaba: “Lo que sucede es que siempre bailo con las feas”. Solo la artritis lo venció en batalla. Controlada con ejercicio diario, alimentación pensada y Colchimedio, la lidió desde los treinta y ocho años y a los ochenta y cuatro todavía la retaba. A esa edad, dormía diez horas seguidas. Cuando le preguntaba cómo lo conseguía respondía: “la conciencia tranquila”.

Desde sus lejanos 14 años cuando la vida lo plantó en medio de un cafetal santandereano sin recursos, sin ayuda, sólo, a cargo de la madre y tres hermanas, Alfredo Dávila Muñoz recorrió el siglo XX, un siglo de transformaciones profundas, centrado en el eje de un alma sencilla y poderosa de certera puntería en todas las actuaciones de su vida. Dejó hijos que lo veneran, nietos, un río de afectos – a su entierro asistieron los más variados y disímiles personajes de toda procedencia y rango – y el rastro de una vida sencilla, sus cinco vestidos, sus dos chaquetas, la  colección de la revista El Gráfico, la sillita del estadio, el violín y la raqueta que la artritis eliminó de sus actividades, los pañuelos perfumados, la canción Pueblito Viejo y una carcajada sonora que aun hoy, aquí, sentada aquí, resuena en la memoria. Se fue tranquilo el día después de cumplir ochenta y cuatro años y ni la muerte pudo arrancarle del rostro su sonrisa extraordinaria. /SDMM


CORAZON VALIENTE


By: Silvia Davila Morales M
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Fue un Diciembre, antes de Navidad, la última vez que vi a mi hermano parado en sus dos pies. Murió en Enero hace tres años. Alfredo era especial para mí, por supuesto, pero su muy especial carácter lo llevó a manejar su enfermedad - cáncer - de una forma que batió estadísticas mundiales: le dieron dos años y vivió once. Por eso, quién sabe, quizás su experiencia se convierta en ideas, inspiración o valor para otras personas en circunstancias similares en esta Navidad del 2012. He aquí su historia. 

                 ALFREDO DAVILA MORALES

Un dolor en un hombro mientras cambiaba una llanta de su auto, fue el detonador de una investigación médica que concluyó en el temido diagnóstico: cáncer. No cualquier cáncer, Mieloma Múltiple, una rara enfermedad en la sangre que la ciencia todavía investiga. Lo primero que Alfredo Dávila Morales hizo fue reunir toda la información sobre su enfermedad en el mundo. Las estadísticas eran devastadoras: un promedio de vida de dos años una vez encontrada la enfermedad, y ninguna cura a la vista. Los reportes mensuales de sobrevivientes aparecerían en blanco.

Enfrentado a la muerte - la vida en un hilo - surgió un espíritu indomable, una determinación serena y una fortaleza única que lo llevaron a romper las estadísticas: le dieron dos años de vida pero él vivió once. En el momento en que le fue encontrada la enfermedad tenia dos hijos universitarios y uno de nueve años en el colegio. Hizo un pacto con Dios: Tu me ayudas y yo me ayudo hasta que mi hijo menor se gradúe. Una vez hecho el pacto, asumió su enfermedad como un proyecto que sacaría adelante su personalidad única.

Empezó por declararse sano. Durante las varias etapas de su enfermedad nadie lo trató nunca como un enfermo porque no lo parecía. La batalla diaria más dura - levantarse de la cama cuando su cuerpo no quería ni podía - la ganaba todos los días. A las ocho de la mañana estaba bañado, vestido y listo para empezar la jornada. La quimioterapia se convirtió en una cita en su agenda a la que asistía sólo. Pronto aprendió a manejar los efectos secundarios, se encerraba durante veinticuatro horas y volvía a aparecer como si nada hubiera pasado.

Otra decisión que tomó fue elegir un médico y confiar en él sin restricciones. De hecho, fue una doctora especialista en su tipo de cáncer quien se convertiría en su compañera científica de batalla y amiga hasta el último día. Alfredo organizó una oficina en el mezzanine de su casa desde donde conducía su negocio - venta de Flores - y su agenda personal. En una familia de treinta, entre adultos y niños, él era la persona que siempre estaba al día sobre los ires y venires de todos. Al morir, todos se sorprendieron al descubrir que cada uno estaba seguro de ser su preferido(a). Trabajando en casa, las vidas de sus tres hijos ocuparon un primer renglón en su agenda.

En su tiempo libre daba vía libre a sus pasiones y a una variedad de proyectos personales que apuntaba en papelitos y colgaba en un tablero sobre su escritorio: pintar un oleo cuando nunca había tocado un pincel (delantal y atril), tallar una barracuda en una piedra (cincel y martillo), construir una jaula gigante en su jardín para una pareja de pericos que a los dos meses se habían convertido en cuarenta o, también, organizar viajes a lugares que quería conocer.

Se mantenía ocupado investigando temas que le interesaban. Como la que hizo sobre la procedencia de un piano de cola heredado de su familia política cuyo origen desconocía. El día que encontró dentro del instrumento una inscripción en una lengua extraña, empezó una investigación exhaustiva que lo llevó hasta el fabricante y dos siglos en el pasado. Docenas de correos electrónicos en un período de nueve meses lo mantuvieron en un viaje cibernético desde Rusia, pasando por París y Madrid hasta su arribo a Perú en 1800. Alfredo tenía la habilidad de encontrarle gusto a todo lo que hacía y siempre encontraba algo que hacer. Intrigado por un ave que graznaba en el techo de su casa pero que desaparecía cuando él salía a la terraza, compró cartulinas, cables, nylon y poleas para construir un periscopio. De hecho, lo construyó ayudado por su esposa Clemencia, una personalidad tranquila de corazón fuerte y mente aguda, quien compartió con él las buenas y las malas de la vida durante treinta y cinco años.

Alfredo le hacía el quite a la enfermedad y a la muerte manteniéndose mental y físicamente activo en todas las circunstancias. El punto más bajo de su enfermedad fue un trasplante de medula que le dio un tiempo adicional pero del que salió abatido. Poco después de regresar de la clínica, pálido, calvo y muy delgado, buscaba una escalera y la instalaba en el jardín para limpiar de hojas las canales del techo de su casa.  En ese mismo estado se patoneó Disney con el hijo pequeño pues no podía considerar que ese viaje tuviera lugar sin él. Ambos esfuerzos le devolvieron la fuerza.

Enfrentado a la muerte cada mañana al abrir los ojos, Alfredo retaba el día con disciplina, determinación y gusto por la vida. Alguna vez vio en el Internet un lago en el que - en noches de luna - brillaba un plancton fosforescente. Apoyado por sus amigos de siempre que se habían convertido en sus hermanos, terminó sentado en una barca en medio del lago, siempre con la esposa, los hijos y los amigos, en una inolvidable noche estrellada. Lo tachó en su agenda.
A una situación que era de hecho difícil, el cáncer, Alfredo interpolaba proyectos impensables en su condición: canotaje fue uno de ellos. Organizó el viaje entre dos quimioterapias, se llenó los bolsillos de pastillas y se botó rio abajo con Clemencia, los niños y los amigos. Un año antes de morir formó parte de un grupo de jóvenes que se lanzó cascada abajo desde una piedra de cien metros de altura.
        
Inmóvil sólo dormido o viendo sus programas favoritos de televisión. Trabajaba, leía, escribía, hablaba por teléfono, supervisaba personalmente sus comidas y pasaba horas enteras cuidando el jardín de la terraza. Cuando su esposa regresaba del trabajo y encontraba el piso tapizado de hojas secas y tierra, con toda tranquilidad le decía: Alfredo, estuviste desestrezándote, otra vez!!!? Tuvo la fortuna de contar con una familia que enfrentó su tragedia con fortaleza, cariño y humor. El así lo dictaba. Cuando la enfermedad que estuvo un tiempo en remisión volvió a levantar vuelo, pasó dos días estudiando la mejor forma de explicarle a Dios que cuando le prometió "hasta que mi hijo más pequeño se gradúe" se refería al grado de la universidad.

La muerte le puso cita en una unidad de cuidados intensivos. Durante un viaje a Nueva York en la navidad de hace tres años -otro proyecto en su agenda- un desmayo lo envió al hospital. Fue trasladado poco después a una unidad de cuidados intensivos en Bogotá.  Cuando su doctora de cabecera y amiga estaba dispuesta a pasarlo a una habitación, y la familia creía que su increíble fortaleza lo sacaría también de esa, un sangrado interno inesperado puso fin a su viaje. Terminaron once años de victorias diarias.

Una mente ávida alimentada por una curiosidad sin limites, una determinación de acero que lo llevaba a cumplir todos sus propósitos, y la capacidad de interesase por los demás, le dieron a Alfredo Dávila Morales cinco veces el tiempo anunciado y una muy buena calidad de vida. Dejó el oleo, la barracuda tallada, sus herramientas, el pequeño angelito que subía y bajaba por la chimenea en navidad amarrado a una cuerda que él escondía en su bolsillo, el periscopio para observar aves, sus fotografías, su perro y expresiones sólo suyas: cierren esa puerta que no voy a ser tan pendejo de tener mieloma múltiple y morirme de gripa!! Dejó también su amor por el tenis y los autos, su risa, sus tres hijos y una huella profunda en todos los que lo conocimos. Durante sus once años de lucha contra enemigos injustos y crueles, Alfredo Dávila exhibió decisión, disciplina, fortaleza y valor. Pero quizás la mayor enseñanza que nos dejó es que cuando la vida llama retirada lo único serio a hacer es vivirla./ Sylvia Dávila Morales (c)

ALFREDO DAVILA MORALES / 1948 - 2010
Lo extrañamos.... mucho 



LA ESPADA Y LA BALANZA



ENGLISH VERSION

By: Sylvia Davila MM



La Justicia, ese sentido deseo de quienes andan por la vida cargando las heridas de la injusticia, sucede cuando algo muy sencillo ocurre: cuando se corrigen los errores, un simple acto que constituye el alma de la justicia. La dama que la representa lleva en una mano una espada y en la otra una balanza.

El capitán Carlos Ortega Bonilla es el mayor de los hijos de una familia de clase media. Su padre, un arquitecto, y su madre una ama de casa con un extraño destino: sus cuatro hijos decidieron ser pilotos de aeronaves. Carlos, el mayor, encontró su profesión y su alma gemela temoprano en la vida. Su pasión por las alas lo llevó a construir una carrera exitosa. Trabajó como comandante de la linea aérea colombiana Avianca hasta su retiro, fue vice-presidente de IFALPA, la asociación mundial de pilotos, instructor de vuelo y director de la Aerocivil, la aviación civil de su país. Con su espoca, Myriam, criaron tres hijos que crecieron y se convirtieron en exitosos profesionales por derecho propio: un ingeniero con dos Masters en Administración de Ingeniería, un abogado con especialización en Ciencias Políticas e Historia, y una hija Comunicadora que trabaja en producción de televisión, tres hijos y tres carreras que serían decisivas para salvar la vida del capitán Ortega a tiempo.

Cerca de los sesenta años, al capitán Ortega le fue encontrado un tumor en la cabeza del tamaño de un limón, fue sometido a una delicada cirugía, un injerto de titaneo reemplazó parte de su cráneo, y un control médico permanente se posibles convulsiones, hipertensión y depresión quedó formulado de por vida.Volar, por su puesto, le quedó negado. Pensó, entonces, en continuar su pasión por otras vías y se convirtió en intermediario de compra de aviones, nadie mejor que él para revisar y aprobar las condiciones de un avión. Sus primeros intentos fueron exitosos. Encontró un avión para la organización industrial Ardila Lulle, y otro para un servicio de correos. Myriam organizó para él una oficina en casa mientras buscaba nuevos negocios.

En ese momento de su vida, el capitan Ortega se había convertido en una especie de "abuelo" para toda su familia. Era la persona que enseñaba a conducir auto a los jóvenes, el que llevaba a los niños a comer helados en las vacaciones, el tio que arreglaba la bicicleta o el balón de fútbol, el que recogía a los adolecentes a media noche después de una fiesta, el que prendía la barbacoa para un almuerzo de domingo, o el que bailaba con sus cuñadas separadas en una fiesta de viernes en la noche. Un alma sencilla y buena, inclusive ingenua. Moviéndose en el mundo de la aeronáutica, un día cualquiera se cruzó en el camino con alguien que había conocido en un trabajo anterior quien le propuso trabajar juntos en la intermediación de venta de aviones. Aunque no hicieron una sociedad, empezaron a buscar clientes juntos. En un momento dado, su recién adquirido colaborador le trajo un cliente interesado en comprar un avión. Como lo había hecho en los casos anteriores, el capitán Ortega se puso en la tarea de encontrar uno pero por varias razones ese negocio no funcionó. No sabía entonces el capitán Ortega que ese intento fallido iba a cambiar su  vida para siempre.

El 1 de septiembre del 2011, a las cuatro de la mañana, una fuerza policíaca conformada por quince oficiales irrumpió en su casa para detenerlo. Su familia que no salía del asombro preguntó por la razón: un juex de La Florida lo pedía en extradición bajo el cargo global de "conspiración y tráfico de drogas". Sin habla y sin aliento, Carlos, su esposa e hijos se miraban incrédulos. No sabían que acababan de entrar a una dimensión desconocida. Para una familia que había llevado un visa simple, el mundo del narcotráfico, cárceles, abogados, fiscales, y conspiración era, de hecho, una dimensión desconocida. Fue el primer día de una larga pesadilla. Pese a que la investigación inicial que lo había involucrado el en caso se había hecho en Colombia, el caso sería tratado en la Florida, razón por la cual su hijo mayor, el ingeniero, se puso en la tarea de conseguir un casi imposible: encontrar un abogado norteamericano en el Internet. Carlos Jr. un joven riguroso del tipo profesional, navegó y leyó docenas de hojas de vidas en busca de un abogado que no solamente le gustara, sino que oyera al otro lado de la línea telefónica la voz de un colombiano desconocido diciéndole que su papá inocente había sido detenido en una redada de narcotraficantes, y le creyera. Una tarea casi imposible. Habló con varios hasta que uno de ellos le dijo al comienzo de la conversación: "Tengo que dejarle algo claro desde el comienzo: yo solo defiendo inocentes". Carlos Jr. respondió: "En ese caso, acabo de encontrar lo que estaba buscando". 

 Al mismo tiempo, el segundo hijo del capitán Ortega, el abogado, se dedicó a buscar formas para apelar ante las autoridades colombianas para conocer los cargos específicos que pendían sobre su padre, así como para encontrar instancias que evitaran la extradición. También buscó mejores dondiciones de reclusión dada la delicada salud del capitán. Once intentos fallaron, ningun esfuerzo sirvió, ninguna autoridad local acepto oir sobre el caso. Myriam, una ama de casa desde los dieciseis años, encontró fuerzas para mantener a sus hijos unidos y en calma, y para pedir préstamos a familiares, amigos y bancos para cubrir los gastos de abogados en Colombia y en los Estados Unidos. Todos los domingos visitaba a su compañero de vida en prisión para verlo viviendo en condiciones que rompían su corazón. Los derechos humanos no visitan las cárceles. El destino les estaba jugando una mala pasada pero, como suele suceder, la tragedia sacó lo mejor de todos acompañados por una familia grande que cerró un cerco de apoyo. El capitán Ortega estuvo recluído siete meses en una cárcel de alta seguridad en Bogotá sin conocer los cargos específicos de lo que se le acusaba. Para su madre de 85 años el encierro injusto de su hijo inocente fue más de lo que pudo soportar. Carlos pudo hablar con ella desde la cárcel pocos minutos antes de que muriera.

El abogado norteamericano quien manejó el caso, consideró necesario contratar a un investigador privado para que profundizara en una compleja situación que involucraba a dos países y que estaba sellada por la orden de extradición. Un profesional de la DEA retirado entró en escena y reconstruyó los hechos en detalle y con precisión. La información que había involucrado al capitán Ortega en el caso se había recogido en Colombia y debía ser revisada por la oficina del Fiscal asignado en Florida. Una por una, las pruebas de la inocencia del capitán Ortega empezaron a surgir en las investigaciones del ex agente de la DEA. La única hija del capitán, la comunicadora, apoyado por todos sus primos, ayudó al invfestigador a reunir la voluminosa información en folderes, diagramas, cuadros sinópticos y documentos. La casa de los Ortega se convirtió en una oficina abierta en la que trabajaban día y noche todos los miembros de la familia para tener los documentos listos.
Siete meses después de su detención, las autoridades colombianas firmaron la extradición de un caso del que no habían considerado enterarse y el capitán Ortega - cadenas en pies y manos - llegó a los Estados Unidos. Allí, el caso había sido asignado a la fiscal Andrea Hoffman. La primera reacción de su  familia fue buscar el nombre en Internet. Para su desesperación, esa fiscal ha sido amonestada varias veces por comportamiento no ético, y una asociación de abogados y jueces norteamericanos preparaban una moción contra ella por la forma en que ejerce su profesión. Pese a ello, estaba a cargo del caso del capitán Ortega y de muchos otros. En el mundo de los abogados de la Florida se decía que una persona muy  poderosa la protege. Quién? La situación no podía ser peor. La familia desesperaba. El abogado del capitán Ortega presentó varias peticíones de revisión del caso por estar seguro de que se trataba de un cruce de identidades. Todas fueron negadas por la oficina de la fiscal.

Así las cosas, el siguiente paso para la familia Ortega era presenciar un juicio al Capitán Ortega que tendría lugar al tiempo con un buen numero de presos acusados de lo mismo. Un juicio multitudinario. Su abogado y el investigador siguieron intentándolo hasta que consiguieron una reunión con un alto funcionario antinarcóticos y con el Fiscal General de la Florida. La reunión duró cuatro horas durante las cuales todas las evidencias de la inocencia del capitán Ortega fueron presentadas. La oficina asiganada de la fiscal se enteró en esda reunión, entre muchas otras cosas, de que en este caso existían tres personas llamadas "Carlos" y no una sola como ella pensaba. Fue, de hecho, un caso de confusión de identidades. Una vez el Fiscal General y alto funcionario de la DEA oyeron los argumentos y vieron las evidencias, el capitán Carlos Ortega Bonilla fue dejado en libertad de inmediato y libre de todo cargo. El mismo país que lo metió en una pesadilla pidiéndolo en extradición basado en una investigación que nadie aquí o allá revisó - sólo lo hizo el investigador privado - corrigió el error y un hombre inocente fue puesto en libertad. Se hizo justicia. El capitán regresó a su casa. La espada jugó su papel.

Para que la balanza haga lo suyo, el capitán Ortega y su familia deben encontrar la forma de reconstruír sus vidas, su nombre, su alegría y su paz mental. También tendrán que trabajar mucho tiempo para pagar los ´préstamos que se hicieron para cubrir el proceso legal en dos países por cuenta de una cadena de errores que desbarató sus vidas. Justicia se habrá terminado de hacer cuando ese balance también se haya alcanzado.

La justicia en este mundo es la más frágil de las cosas. No se ve a menudo, no por falta de leyes sino porque allí en el mundo en donde debería brillar - y aveces lo hace como en este caso - también existe un contraste demoledor: falta de interés o demasiados intereses./ Sylvia Davila MM (c)



MADRE POR ELECCION
Publicado en el periódico El Tiempo/ Mayo 7, 2011


A los treinta y siete años, cuando ya había escalado todos los peldaños de colegio, universidad, trabajo, matrimonio y dinero que, según rezan los manuales, llevan al éxito, Juan Francisco Samper decide ser padre y adopta a una niña solo. Convence a la agencia de adopción, modifica su sistema de trabajo, convierte el funcionamiento de su vida doméstica en un reloj suizo, inicia su vida paternal solo y se convierte en una mamá ejemplar.  Es un caso único.


El de Juan Francisco Samper fue uno de los más tradicionales recorridos de la sociedad bogotana. Estudia en el Gimnasio Moderno, sigue a la Javeriana en donde estudia Sociología, se especializa en la universidad de Los Andes y apuntala sus conocimientos en el exterior. Fue vicepresidente de Recursos Humanos de varias importantes instituciones bancarias, pero dedicó la mayor parte de su vida al área en donde mejor aplicaba sus talentos: acción comunal. Una personalidad constante que trataba por igual a todo el mundo, sencillez y humor,  le abrían las puertas a proyectos que implicaran organización comunitaria. Cuando decide adoptar, ha pasado por dos matrimonios sin hijos y lleva una vida holgada que disfruta solo.

La decisión de convertirse en padre adoptivo soltero - único caso en Colombia -  lo lanzó por una autopista en la que tuvo que enfrentar los trámites de adopción del país, las normas laborales, los estereotipos sociales, la vida doméstica y su proyecto de vida.  En 1985, con una carrera profesional estable, puso a pensar a las instituciones de adopción, pasó todos los requisitos e investigaciones exitosamente, y esperó a que una hija le cambiara la vida. Julia llegó de seis días de nacida.

Para entonces, su capacidad administrativa había convertido la casa en toda una empresa para la crianza. Sopas marcadas y refrigeradas en orden cronológico, closet organizado por tallas, suministros específicos en días específicos, visitas controladas, muñecos y colores y Hermencia, una nana que se volvería del alma.  
Una vez la casa estaba en orden y funcionando, Juan Francisco libró la segunda de las varias batallas que daría por su hija. 

La entidad bancaria de la que era vicepresidente no consideraba en sus normas licencia de maternidad para un hombre, licencia que él ya había solicitado. Se la negaron. Renunció al trabajo, inició una discusión jurídica de varios años que terminó en la modificación de la jurisprudencia laboral en ese tema, y le dio a Julia el tiempo y dedicación que da cualquier madre a su recién nacido. Reservado por naturaleza y celoso de su vida privada, ganaba sus batallas en silencio y se retiraba a su casa a su vida sencilla. En medio de hermanos famosos – Daniel que ya brillaba en el periodismo y Ernesto que ya incursionaba en la política – Juan Francisco disfrutaba la sombra.

Se divertía rompiendo el estereotipo de lo que se supone debe ser una madre y un padre llevando a Julia a todos los lonches. En medio de una multitud de señoras cargadas de bebés, sobresalía su uno ochenta y pico de estatura, la barba y los anteojos redondos. Hizo uso de su concurrido círculo de amigas para asegurarle a Julia el aporte femenino en sus primeros años. Él mismo había tenido uno contundente: doña Helena, su madre, graduada de Química a comienzos del siglo pasado y profesora de Humanidades durante toda su vida, instaló en la familia un claro transfondo humanista y es la culpable del sentido del humor de sus descendientes.

La recién nacida condición de padre de Juan Francisco no detuvo sus demás proyectos. Cuando la niña tenia tres años, se ganó una beca Fulbright y se fue a estudiar a los Estados Unidos con ella y con la vieja nana. Juan Francisco era la “mamá-papá” más orgulloso de la comarca y el más aplicado y eficiente. Reuniones del colegio, fiestas, paseos, médicos, compras, comidas, estudios, todo lo manejaba con disciplina y un humor constante que le ganaba multitud de adeptos. Pocos años después,  cuando había dejado de lado la idea del matrimonio tras dos fallidos intentos, el amor apareció de sorpresa, se casó con Lorencita Santamaría quien le dio otra hija, Lina, y la vida le compensó todos sus esfuerzos con una feliz familia de cuatro.

Cliente asiduo del Refugio Alpino del que recitaba la carta de memoria, lleno de ahijados que recogía por la vida, de gustos sencillos, vestido como cualquier paisano, cálido, divertido y decidido, Juan Francisco Samper marcó un hito en el renglón de la paternidad en el país, exaltó la adopción como un recurso maravilloso para niños que de otra forma jamás habrían tenido un padre como él, y demostró que ser mamá es simplemente un asunto de amor y dedicación.

Fue una personalidad muy original - no se parecía a nadie - que consiguió salirse del esquema formal y tradicional para construir la vida en la que verdaderamente creía, y la cual hizo posible gracias a un raro coctel de talentos: corazón inmenso, inteligencia aguda, humor penetrante. Y le cumplió a Julia. La acompaño en todo su recorrido de bebé, niña, adolescente y mujer. Hace cuatro años, cuando ella cumplió veintiuno Juan Francisco murió, dejando el legado de una vida capaz de escuchar sus propias prioridades, ponerlas en marcha y sacarlas avanti. También dejó a Lina, un clon de su mirada astuta y su dulce sonrisa.

Reservado como era, nunca explicó a nadie los motivos de su decisión de adoptar una hija, pero como en una premonición de lo que la vida le tenía en ciernes, años antes de adoptar a Julia, en el bautizo de la primogénita de su mejor amigo en el que era el padrino, la madrina no llegó. Era un bautizo multitudinario en la iglesia de Las Aguas en el centro de Bogotá. En las bancas los padres sentados con los niños, y de pie en el corredor central dos filas: la de los padrinos y la de las madrinas. El cura llamaba a los padres por orden alfabético y estos se acercaban a la pila bautismal con el hijo y los padrinos. La ceremonia comenzó y las filas empezaron a moverse. La esposa de su mejor amigo desesperaba porque la madrina no llegaba. El puesto al lado de Juan Francisco seguía vacío.

Juan Francisco, sosteniendo la situación, caminaba dos pasos en la fila de los padrinos y se pasaba a la de las madrinas. Cuando llegó al altar el cura le preguntó “Es usted el padrino?” Juan contentó: “Si”. “Y la madrina…?” preguntó el cura, momento en el cual Juan Francisco corrió de un lado al otro de la pila bautismal y contestó: “Aquí está”. Para tranquilidad de los padres, su certero don de gentes consiguió que el cura aceptara bautizar a la niña con él ejerciendo ambos papeles. El resto de su vida esa niña lo llamó como inicialmente le dictó su medialengua: La Marrina
Silvia Davila Morales © Mayo 10/2011




APRENDER A MORIR, UNA FORMA DE VIDA

Publicado en la revista Fucsia/ Abril, 2011



Un londinense que vive sus veintes en la cresta del Hipismo, 1969, se encuentra con una colombiana quien al verlo reconoce el amor a primera vista. Se casan y se vienen a vivir a Colombia. Alan Joyce, a muchos kilómetros de su tierra, inicia un recorrido de vida que en su momento dará un vuelco sorprendente. Ingeniero mecánico de profesión y hippie laureado, Alan y Mónica Otero vivieron durante muchos años la vida de una pareja tradicional en torno a la cual criaron a sus dos hijos. El aplicaba su profesión en varias empresas y ella montó un taller de Moda.

Fue allí, en el taller, en donde una de las empleadas le pidió ayuda para una sobrina que tenía internada en el Instituto Nacional de Cancerología. Un día cualquiera se ofreció a llevarla hasta allá y entró. Los enfermos apostados a lado y lado del corredor del instituto, formaron la primera imagen de lo que estaba a punto de convertirse en la razón de ser de su vida. Cuando pasó por la puerta de Pediatría… dio un paso que no tendría regreso.

Un grupo de niños recibiendo tratamiento acompañados de atareados médicos y enfermeras llenaban el lugar. Alan se acercó a una niña conectada a dos bolsas: una bolsa roja - quimioterapia – y una bolsa transparente de suero. Con las manos sobre las bolsas y haciendo uso de su directo humor británico le preguntó: “Qué es esto? Una de Super y otra de Corriente?” Los niños, las enfermeras y los médicos soltaron la carcajada, por el ambiente pasó una buena onda, y Alan descubrió que podía ayudar a otros simplemente siendo él mismo.

Continuó visitando el instituto cada vez con más frecuencia, especialmente por una niña muy enferma a quien parecía  aliviar mucho su presencia.  La niña murió un viernes. Durante ese fin de semana Alan divagó en un limbo que lo empujaba a decidir entre la seguridad de la vida que le daba su profesión de ingeniero, y el gusto por lo que hacía en el instituto que ya tomaba visos de pasión.  Pero la decisión se demoraba. El lunes siguiente salió como todos los días para la oficina. Al llegar, un cambio de porteros lo enfrentó a un hombre que no lo conocía. El portero inició su proceso de consulta y marcación de extensiones, mientras Alan esperaba. Detenido allí, frente a su lugar de trabajo, a través de la reja, de pronto la vio en toda la dimensión de lo que significaba: la puerta de su oficina cerrada… No tuvo más dudas, le pidió al portero que no lo anunciara y regresó a su casa a imaginar una fundación para niños enfermos de cáncer. Para ese entonces, el rastro de “paz y amor” dejado por el hipismo había encontrado refugio en el Budismo que, más que una religión, se convirtió en una forma de vida. Dharma, llamó a la Fundación que significa enseñanza. 

Los niños enfermos de cáncer llevan una carga impensable lejos de sus familias: enfermedad, dolor, incertidumbre, miedo y un encuentro cercano con la muerte. Una organizada mente de ingeniero en la que habita un relacionista público nato, le sirvió a Alan para estructurar un lugar que atiende todas las necesidades de los niños, y para encontrar el apoyo financiero de muchas personas. Su propia experiencia con una enfermedad que lo mantuvo un año en un hospital cuando pequeño, le sirvió para entender la soledad de un niño que sufre una enfermedad visible en un mundo de adultos que pretende no verlos. Ni siquiera les hablan de eso. Alan les organizó una casa llena de luz, orden, actividades, alimentación, entretenimiento, estudio y descanso. Porque él lo cree y lo vive, los niños allí aprenden a vivir el momento, a vivir hoy, a disfrutar la vida. Quimioterapias, estudios, novios o novias, salidas, rumbas, películas, televisión, computadores, comida, lo tienen todo, y lo comparten con una serenidad verdaderamente extraordinaria.

La solidaridad que desarrollan entre ellos da lecciones impactantes. Una adolescente a quien su condición no le permitía dormir acostada, tenía un novio también interno, quien la sostenía sobre su pecho de pie para que pudiera dormir una horas. Algunos sobreviven, muchos mueren. Pero en este mundo de tantos retos, los niños de Dharma tienen la mejor vida posible en tan difícil situación. Alan cree que al quitarle el misterio a la muerte deja de asustarlos. Quizás por eso se ríen todo el tiempo, él y ellos. Este hippie graduado, ingeniero renegado y Budista confeso revolotea por toda la casa aplicando sabiduría serena y, también, su demoledor humor británico. Cuando el fotógrafo se disponía a obturar la cámara para registrarlo parado junto a una niña pecosa y sonriente a quien le habían amputado una pierna, Alan le pasa el brazo sobre los hombros, mete su pierna entre la de ella y la muleta y le dice: “Así no saben a quien le falta que.” SYLVIA DAVILA MORALES®














UN HOMBRE PARA TODAS LAS EPOCAS

Fernando Gómez Agudelo/ El Hombre que nos hizo Televidentes
Publicado en el periódico EL TIEMPO/ Abril 25, 2011


Hace 80 años nació Fernando Gómez Agudelo. Uno de esos hombres capaces de dar un salto al vacío, de enfrentarse a lo desconocido, de hacer lo que nunca nadie había hecho antes. Se le midió a todos los retos y salió de todos victorioso.
  
Los grandes quiebres de la historia tienen siempre de protagonistas a personas que se le midieron a “lo imposible”. Fernando Gómez Agudelo fue una de ellas. A los 21 años, en siete meses y sin haber visto nunca televisión, consiguió diseñar, comprar, traer e instalar en la escarpada geografía colombiana los equipos necesarios para hacer la primera emisión televisada de nuestra historia. Años después, cuando el país se había resignado a ver el alunizaje en fotografías porque no tenía rastreadora, con sus propios medios y empresa, Fernando ideó una operación creativa y audaz que nos permitió ver en vivo y en directo ese pequeño paso para el hombre y gran paso para la humanidad. Su programadora - RTI - lideró siempre el medio en tecnología y contenido con Fernando Gómez sentado en la poltrona de su oficina, cafetera y taza de tinto, un cigarrillo prendido en la mano, otro también prendido en el cenicero y música clásica de fondo.

Carismático, versátil, decidido, visionario y culto, Fernando Gómez fue uno de esos hombres capaces de dar un salto al vacío, de enfrentarse a lo desconocido, de hacer lo que nunca nadie había hecho antes, de ser el mismo con poder o sin poder, un hombre que llevó sus pasiones a feliz termino. La música: su reverencia por Bach reemplazaba al dios en el que no creía, y lo conocía hasta en su último adagio. La electrónica: su afición por ella mantuvo al país, su programadora y su casa funcionando siempre con la más reciente tecnología. Pero fue la radiodifusión, único medio de comunicación masiva durante su infancia y juventud, la pasión que lo llevó a cumplir la cita con el destino: la televisión.

Su padre José J. Gómez, magistrado de la Corte Suprema de Justicia en los años treinta, instaló en la vida de sus cuatro hijos pasión por la música clásica y, también, estimuló el talento de sus dos hijos Ricardo y Fernando en la electrónica. El barrio en el que vivían tenía el privilegio de contar con emisora radial propia que los niños Gómez habían construido y en la que transmitían música, noticias y comerciales. Formados en el Gimnasio Moderno y en el Gimnasio Campestre, Ricardo tomó el camino de las Matemáticas y la Física en MIT y Caltec, y Fernando el del Derecho en la universidad Javeriana, pero seguirían siendo equipo en todas las aventuras en las que Fernando se embarcaba.

Cuando el general Rojas Pinilla citó al director de la Radiodifusora Nacional - Fernando Gómez Agudelo - para informarle que lo había elegido para dirigir la operación que haría posible la primera alocución televisada de la historia, Fernando voló a MIT y con Ricardo y un grupo de ingenieros de comunicaciones - sobre un mapa de Colombia - calcularon los dos océanos, la selva, el desierto, los valles y la cordillera de los Andes para hacer posible la televisión en el país. Compró los equipos de transmisión en Alemania. En Nueva York mientras buscaba los equipos para Estudio, se encontró con un compañero de colegio, Fernando Restrepo, quien trabajaba en una empresa de tele-comunicaciones. Terminó ahí su búsqueda e inició una amistad y sociedad para el resto de la vida. Los equipos listos, faltaba quien pudiera operarlos y, de nuevo, llegó a sus oídos el cierre del Canal 11 de Cuba, todos sus operarios vacantes y todos se vinieron a Colombia. Para el contenido de una programación televisada y en vivo que no existía, se trajo de la radiodifusión gente del mundo cultural que conocía bien y que él mismo había llevado a la radio nacional. La primera transmisión de televisión de la historia de Colombia fue impecable. Fernando Gómez tenía 21 años. De ahí en adelante es historia. La televisión nació, se desarrolló y creció con Fernando Gómez Agudelo.

El mejor ejemplo de su personalidad, quizás, es la programación de RTI que comandaba y que debía luchar en cada licitación de espacios de televisión, sistema que operaba entonces: su clara comprensión del negocio hizo que su Telenovela fuera siempre la telenovela estrella. En las licitaciones, Plaza Sésamo no era negociable, la franja de los niños. El humor fue durante muchos años una franja imbatible El Chinche, solo superado por su auténtico gusto por la naturaleza, Naturalia. Las series históricas que todos recordamos, verbi gracia Yo ClaudioLa Caída de la Águilaslos Reyes Malditos, las transmitió él. Su arraigado compromiso con la verdad hizo de Enviado Especial de Germán Castro un éxito periodístico durante toda una década. La Teletón de Carlos Pinzón de la que fue pionero, funcionó hasta la muerte de ambos. Palco de Honor a las diez de las noche y sin rating era uno de sus muy personales homenajes a la música clásica.

Tenía un especial olfato para la gente. Uniendo los mejores veteranos con talentos emergentes, conformó un equipo que mantenía en primer lugar a la programadora, y que le seguía los pasos en cada nueva aventura que emprendía. La televisión a color, los primeros exteriores, las unidades móviles, los sistemas modernos de producción, todos llegaron a Colombia gracias a Fernando. Sus pupilos más cercanos Patricio Wills, José Antonio De Brigard y Julio Sánchez Cristo le hacen homenaje al liderar hoy en día la televisión y la radio.

Fue una personalidad única. Alcanzaba todo lo que se proponía, era indiferente al almíbar del poder y alimentaba un mundo propio. Era siempre él mismo, nada lo cambiaba. El sistema de licitaciones y la permanente interacción con el poder que éste obligaba, eran para él una media entre necesidad y desgracia que manejaba, por lo general, con tacto diplomático y, a veces, con sinceridad de aplanadora. Invitado por el Congreso a participar en un debate sobre la televisión publica y privada, se paró en el proscenio en plenaria con la compostura que siempre lo acompañaba, y con la voz grave y casi inaudible que usaba les dijo: “Lo que sucede es que todos ustedes son unos mercachifles”.

En sus ratos libres daba rienda suelta a las pasiones. Era común verlo en bata frente a la mesa de trabajo del estudio de su casa destripando un amplificador recién comprado para ver como funcionaba... con Bach retumbando en las paredes. Mantenía al país tecnológicamente actualizado, pero también era el primero en tener en la casa una cajita llena de botones desde donde controlaba las luces de la casa, la puerta del garaje, la cafetera y el volumen del concierto. Sacaba tiempo para hundirse de lleno en las actividades de su esposa Teresa Morales. Universidad, museo o toda empresa que ella condujera tenía a Fernando ejerciendo de primer asistente. Era una relación profunda - juntos desde los veinte años - de intereses que servían a ambos. La literatura latinoamericana llevada a la pantalla por Fernando e inspirada por Teresa, resultó un éxito de rating sin precedentes. Le gustaba el campo y los niños. La fiesta de Navidad de RTI no era nocturna ni había trago. Se hacía en un parque de diversiones con la totalidad del personal, las esposas(os) y los hijos. Viendo el temor de los niños de subirse al tobogán, Fernando, encorbatado, no dudaba en montarse al costal y lanzarse rodadero abajo. “Grandes y chicos” lo seguían.

Fernando no se detenía, quizás por eso se consumió pronto. El día antes de su muerte a las 59 años, estuvo instalando cables e interruptores para el equipo de sonido de la sala de su casa. Fernando Gómez Agudelo se le midió a todas las hazañas victorioso. Mantuvo siempre un compromiso con el país antes que con sus intereses personales. Le dio rienda suelta a sus pasiones y se convirtieron en hazañas históricas. Nunca abandonó la ternura con Teresa, Claudia y Gabriel, el campo, los perros y los niños. Comandó la televisión colombiana al tiempo que presidía una programadora pujante. Y la usó para darnos a todos los beneficios de sus grandes pasiones, y de lo que era y nunca dejó de ser: un líder.
SYLVIA DAVILA MORALES ®





PODRA LA CULTURA CURARME DE LA VIDA?

A todos nos enseñan a subir pero son pocos  los que saben bajar. Competencia, esfuerzo, agallas, ambición es el pan de cada día de la cartilla personal de todos, pero no todos sabemos qué hacer cuando la vida nos lanza a un abismo, nos planta un muro o nos obliga a andar un camino impensado. Ese fue el caso de Bernardo Hoyos.

Las generaciones jóvenes poco saben de él pero quien incursione en la vida cultural encontrará alguna huella que él dejó a su paso, paso que inició con pie derecho hasta que – en una extraña premonición de su apellido – cayó en un hoyo oscuro que a los treinta años trastornó para siempre su proyecto de vida. 

Todo empieza para Bernardino, su nombre de pila, con las voces del coro retumbando en las paredes de la iglesia de Santa Rosa de Osos, su ciudad natal.  La música fue el mástil que señaló el camino. En 1953, apenas cuatro años después de la aparición de los discos LP (long play), el rector de la universidad en donde estudiaba Derecho le ofreció conducir un programa de música en la emisora de radio del plantel. Tenía veinte años.  Al tiempo que estudiaba, Bernardino conseguía discos comprados o prestados para transmitir lo mejor del Jazz de la época. Fue tanto el éxito del programa que, en retribución por dar a conocer el Jazz en estas tierras y a través del Colombo Americano, recibió una beca Fulbright, beca que contaba entonces, y aún lo hace, con un gran prestigio y coronaba a su dueño con excelencia académica.

En Washington aprendió inglés y en Nueva York se hundió en el mundo cultural que ya empezaba a definir sus propósitos. Por eso, la siguiente meta fue Europa. Dejó de fumar para ahorrar, puso el presupuesto en cintura, y con lo que ahorró compró un viaje de ida y vuelta que lo llevaría en barco desde Nueva York hasta Le Havre, y lo regresaría cuatro meses después en el barco Il uso di mare desde Barcelona hasta Cartagena.

Dos meses en los museos, teatros, bibliotecas y calles de París, uno en España y otro en Italia le dieron el primer baño cultural in situ que constituirían las primeras bases para sus sólidos conocimientos. Al regresar a Colombia, pensó en convertirse en ejecutivo en áreas relacionadas con sus gustos personales. Ahí es cuando Bernardino se convierte en Bernardo. Trabajó en Cine Colombia, en Atlas Publicidad, en McKanericson y en Dinavision hasta que le ofrecieron el cargo de relacionista público en una compañía en Nueva Orleans. El tic-tac del reloj marcó una nueva partida acercándolo al vuelco que, sin falta, daría su vida.

Pasado un tiempo de vivir en la ciudad del Jazz, compró de nuevo un pasaje a Europa, esta vez, a la ciudad que constituía La Meca de sus ilusiones: Londres. Fue allí, una noche del otoño de 1966, en un bar de Wimpole Street, en donde los amigos con quienes compartía unas copas le contaron que emprenderían un viaje a Italia y Yugoslavia. Al escuchar el conocimiento detallado que sobre Italia tenia Bernardo, le propusieron acompañarlos. Bernardo dio el primer sí que cambiaria para siempre su vida.

Una mañana al despertar en un hotel en Yugoslavia vio el equivalente a una moneda negra instalada en medio del ojo derecho. Una revisión urgente en el hospital de la zona diagnosticó una rara infección que levantó en algún momento del viaje. En el hospital le aplicaron antibiótico. Seguro de que la medicina obraría efecto, Bernardo continuó la gira turística hasta que, seis días más tarde, caminando en una iglesia el piso empezó a oscilar, a moverse, a quebrarse… Alarmado, decidió regresar inmediatamente a Roma en busca del profesor Vietti, autoridad en la materia, quien accedió a verlo al día siguiente. A las seis de la mañana del día que señaló el giro drástico que tomaría su vida, sentado sólo en una banca de un corredor de hospital, mantuvo la calma cuando el profesor Vietti se acercó, lo examinó y sin emoción dictaminó: “ Desprendimiento de retina doble” en ambos ojos. El atareado profesor siguió su camino dejando a Bernardo sin aliento con cada palabra retumbando en la mente: estaba ciego. Tenia 32 años.

El temor inicial cedió pronto frente a una sólida vena filosófica que lo ha acompañado siempre. Pensó “Nadie será tentado más allá de sus fuerzas” palabras de San Pablo y, también “No quiero quedarme ciego ni morir en Roma”, palabras de él. Regresó a Colombia para iniciar una odisea clínica de varios años – operaciones exitosas, operaciones menos exitosas, períodos en los que la visión parecía recuperarse, períodos de oscuridad total – hasta llegar al peor escenario para su vida: imposibilidad de leer.

Pero la vida que le quitó por un lado lo compensó por otro. En uno de los períodos “buenos” de la visión conoció a Constanza Montes a quien dio el segundo sí que le cambió la vida. Constanza se convirtió, no en su bastón - Bernardo siempre ha caminado solo - sino en la persona que compartiría su vida literalmente en las buenas y en las malas. Bernardo continuó trabajando gracias a que aprendió a hacer mapas mentales de los lugares de trabajo, número de escalones, puertas, giros, voces. La luz y sombra que le permiten los ojos se convirtió en la realidad que él maneja con propiedad y dignidad. También llegó a sus manos una lupa que le permitió volver a leer con un ojo, sobretodo a Proust a quien recita de memoria en español, inglés y francés.

Su determinación de llevar una vida normal lo llevó a conseguirla. En 1990 fue nombrado relacionista público de Bavaria y unos años después editor de la revista International Management con sede en Londres.  Allí aceptó ser redactor internacional de la BBC en donde trabajó nueve años. Hoy, a los 76 años, Bernardo piensa que “la vida más que dificultades me ha dado oportunidades”, y se considera afortunado de haber podido trabajar toda la vida en lo que le gusta: cine, literatura y música. Una inusual calidad humana que rige su comportamiento y sus palabras, le ha ganado cierta reverencia que le otorga quien se acerca. No reclama a la vida por la carga que le puso, piensa que siempre “he hecho lo indispensable” para cumplirle a la familia, al trabajo y a sí mismo. Los afectos que crea a su alrededor se resumen en las palabras de su único hijo, Juan Sebastian, cuando le pedí me hablara sobre Bernardo. Me dijo: “Por supuesto, cuando quieras. Nada que me guste más en la vida que hablar de mi padre.” SILVIA DAVILA MORALES®. Marzo/2011 - Photo: Archivo Bernardo Hoyos




HOJA DE VIDA DE LA MADRE

Publicado en el periódico El Tiempo/Mayo 4, 2011

Las madres de todos los tiempos, edades, nacionalidades, medios y profesiones, deben contar con una curriculum vitae que desafía a la física cuántica.


La Madre es una especie de multinacional que atiende todos los frentes. Por gusto o por necesidad, una mamá debe tener la rara habilidad no sólo de multiplicarse y dividirse sino de estar en dos lugares al mismo tiempo. Pura física cuántica. La Madre puede salir a trabajar o quedarse en casa, lo que no puede hacer es carecer de una Hoja de Vida que demuestre su capacidad para manejar acertadamente todas las áreas que ésta incluye, a saber:

·     Psicología organizacional: los niños, el marido, la mamá, la suegra, la familia del marido, la propia familia, el perro, los vecinos, el chofer del bus del colegio, la empleada, y existen algunas que pierden la razón y le suman a esa escena un chofer una secretaria o un mensajero.

·     Asistencia en Pedagogía: las tareas, los mapas, los útiles, el laboratorio de ciencias que no cabe en el bus, por su puesto, el libro agotado, El Cid de memoria!, reunión en el colegio a la cinco, tengo pico y placa, buscar profesor de matemáticas, examen de Algebra, no hay derecho Algebra!, uniforme de gimnasia olvidado en el paradero, corra para el colegio, y la inefable cartulina para mañana a las ocho de la noche del domingo.

·      Salud Integral y Mercadeo: mercado nutritivo, cocinada sabrosa, mesa impecable, supervisión de alimentos, clase de tenis, piano o guitarra, por favor que no necesite una fonoaudióloga porque a qué horas, dentista al salir del colegio, tengo pico y placa, pierna rota, fiebre no a las dos de la tarde sino a las dos de la mañana, dientes de leche, acné juvenil, cólicos menstruales, constipación y todo tipo de accidentes.

·      Reparaciones Locativas: llevar a arreglar la plancha, encontrar la humedad del baño, mandar a lavar el tapete, quién dejó entrar al perro mojado!, llamar al electricista, averiguar cómo consiguieron quemar la lavadora, la bicicleta pinchada, inflar el balón y echarle agua a las matas.

·      Promoción y Ejecución de Eventos: lonche para veinte, primera comunión con la familia, cuarenta, fiesta de quince, de grado y de matrimonio, cumpleaños anual per capita, enviar invitaciones, confirmar asistencia, que no se me olvide llamar a mi suegra, té con las amigas y comida del marido. Esto último cuenta con dos acepciones distintas que, sin embargo, tienen en común que ambas deben ser sabrosas y dejarlo satisfecho.

·      Finanzas y Contabilidad: lo del mercado, los zapatos del uno, la droga del otro, el vestido de quince, el cumpleaños del viernes, el shower de mañana, las reparaciones locativas y encima de todo el carro pinchado.

·      Mantenimiento: las uñas arregladas, el pelo en su sitio, ya van tres canas, poner cita al dentista, recoger la mamografía, pensar en hacer algo con la celulitis, cogerle el ruedo al vestido, yoga, gimnasia, deportes o pilates, será que alcanzo a hacerme una mascarilla?, ese hombre no entendió el peinado que quería, cinco minutos para estar lista.

El verdadero expertise de La Madre, sin embargo, es el de hacer todo lo anterior en un día… La multinacional La Madre opera veinticuatro horas. Las madres que no tienen medios deben hacer exactamente lo mismo pero sin dinero… La Madre no tiene disculpa. Cuando abre los ojos en la mañana brilla con el sol su Hoja de Vida que hay que empezar a ejecutar desde el alba.

Cuando el día termina aunque parezca mentira, alguno recostado en el sofá viendo televisión le pide: “Ma, me alcanzas un vaso con agua?. La Madre responde: “Hazlo tu que estoy muy cansada”. Acto seguido y al unísono, la totalidad del personal que conforma el grupo familiar exclama: “Cansada? Pero si llevas todo el día aquí sin hacer nada!”

Jóvenes o viejas, ricas o pobres, blancas o negras, altas y bajas, rubias y morenas, sanas o enfermas, las madres son una multinacional que atiende todos los frentes. La Madre es presencia segura, atención inmediata y servicio a domicilio. Abarca todo y está en todas partes. Pura física cuántica. Es por eso que cuando a alguien le “mentan la madre” se refieren, literalmente, a todo! SILVIA DAVILA MORALES®






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