By: Sylvia Davila MM
Bogotá
Nunca deja de sorprender la forma en que la humanidad desde sus comienzos, ha encontrado motivos para matarse los unos a los otros por tierras, por comercio, por recursos, por religión, por política, por celos, por ira, por envidia, por miedo. Y en todas las modalidades palos, lanzas, flechas, hachas, espadas, guillotinas, balas, tanques, bombas. La historia también delimita el comienzo de la civilización al momento en que las sociedades encuentran la forma de controlar su funcionamiento sin cortarle la cabeza a nadie. Las sociedades civilizadas desarrollaron principios y normas para proteger la vida. Normas que aplican a tiempos de paz y de guerra porque lo único que no se puede solucionar retrospectivamente es la muerte. Las armas os dieron la independencia, la leyes os darán la libertad” dijo Bolívar. La libertad de vivir.
Es
por eso que nuestros muertos recientes caen en la barbarie. Viejos impotentes
descuartizados vivos como entrenamiento; niños engañados y asesinados para abultar
estadísticas; el asesinato metódico de policías en los 90s; inocentes empleados
del palacio de justicia desaparecidos, torturados y asesinados en busca de
culpables; soldados secuestrados durante anos privados de su derecho a la vida.
Nuestros muertos recientes son un monumento a la barbarie. La sociedad lo
ignora. Todos son muertos sin rostro. Nadie detiene su rutina. Los viejos
descuartizados fueron un par de líneas en las noticias, esos viejos que fueron
el hijo, padre, esposo, hermano, amigo de alguien. Los tres mil muchachos
asesinados tenían planes para sus vidas, novia, familia, amigos, ilusiones. Los
policías asesinados y los soldados enterrados por años en la manigua prestaban
un servicio obligatorio y tenían la esperanza de salir con vida. Los empleados
del Palacio de Justicia cumplían con su oficio y tenían derecho a su vida. La
indolencia deja a todos esos muertos sin vida./SILVIA DAVILA MORALES® JUNIO 2010