By: Sylvia Davila MM
Bogotá/Copyright
Photos: Google Images
Sports
- that shore for entertainment, emotion and rest that make believe that a happy
world is possible – offer inspiration for all. One of the scenarios suit for excellence quest is Wimbledon,
a tournament that reaches its 125 edition. The most prestigious of the Grand
Slam, the white court, the feared grass, the cathedral where, since its first
edition in 1877, a king is crowned.
Historical
as its has been and attended by players from all parts of the world, each
decade’s champion is the embodiment of the most recent version of the game, a
game that has evolved with the times. Like the long volleys for a point that met a change
when service proved to be so useful, a change that had its primal exponent in Pistol Pet, Pet Sampras, who shot
demolishing 212 kilometres per hour. Also, the traditional charm and elegance
of this court players, gave way to the physical strength, speed and force that
rule today’s game. The racket moved from wood to titanium, the pants from the
thigh to the calf. Technology showed up with a video that clears doubts;
electronic roofs against the rain; and coverage that moved from paper, to
photos, to television and to the web.
Despite
all that, there are two, among other things, that stand the trial of time: a
complex strategy that implies physical strength, mental steadiness, emotional
control, and knowledge of the game’s techniques, on one hand. And on the other,
the fact that every champion has seen its way blocked by a rival up to the
challenge. Couples stars at the Grand Slam and, of course, at Wimbledon.
In
the 70s, John McEnroe’s accuracy in the game and his taste for hitting the ball
as well as the judges, faced Jimmy Connors’ determination that pushed him to
play way over his thirties, and who left courts on a standing ovation. By the
time, long volleys and net juggling prevailed.
In
the 80s, Ivan Lendl, Stefan Edberg and Boris Becker conformed a trio that kept
bets on. A cold, stern Lendl would
meet in the finals “Federer’s first version”, swidish Stefan Edberg, gentlemen
in court, even mood and precision; or panzer Boris Becker who brought the
strong hit that we see in courts today.
The
90s gave a very popular, although different, couple. Unmoved and in control,
gearing a demolishing service and a smile of the same kind, Pet Sampras
inaugurated the Super-champion era, the
titan that brakes all frontiers, the record braker. But he did not do it
without effort. In most of his finals, always or almost always, he would find
Andre Agassi, a joyful and determined spirit that travelled from long hair to
baldness, from defeat to victory, from one court to another, giving Sampras a
long and difficult way to the throne.
They were adored and adorable rivals that, in times of Media expansion,
inspired youth from the watching generation.
At
the turn of the millennium, Sampras-Agassi era had set the red carpet for Roger
Federer to step on, the perfect sum of tennis highlights: technique, fitness,
steady mind, stable emotions, passion, good looks, nobility, intelligence and a
wide smile. With that luggage Federer entered history but not without someone
stepping on his heels: a gipsy-moorish-catalan look standing at the other side,
ready to reach every corner in no time, eager to face every ball. Nadal
prevailed in clay courts at seventeen and worked hard to conquer grass and hard
courts always pulling his underwear out his buttocks.
In
this 2011 version of Wimbledon, Federer and Nadal, still sharing podium in the
ranking, are fighting their shining hour already exposed to a new generation of
tennis players that learned from them, the masters of today and those of
yesterday crowned in Australian, French and US Open as well as in Wimbledon.
High
production of good players, new technologies, emphasis in physical fitness, the
subtle strategy of the game, the massive coverage, the amount of the prizes,
and even the design of the clothes, make these sport rivals an inspiration for
observes of all ages and all walks of life. After all, the essence of the game
– determination, perseverance, discipline, strength, self-control, love for what you do and
good humour are virtues needed in all courts of life. Children watch and copy.
Good shore. /Sylvia Davila M ®
70s: John McEnroe vs. Jimmy Connors
80s: Ivan Lendle / Stefan Edberg / Boris Becker
90s: Pet Sampras vs. Andre Agassi
New Millennium: Roger Federer vs, Rafael Nadal
June 27/2011 - SILVIA DAVILA MORALES®
ENGLISH VERSION
Photos: Google Images
Los deportes - esa playa de recreación, emoción y descanso en donde un mundo feliz parece posible - proponen siempre inspiración para todos. Uno de los escenario que buscan excelencia es Wimbledon que por estos días cumple su cita número 125. El torneo más prestigioso del Grand Slam, la cancha blanca, el temido césped, la catedral en donde, desde su primera edición en 1877, se corona a un rey.
Histórico como ha sido, con participación de jugadores y jugadoras de todas partes del mundo, el campeón del torneo en cada década es una personificación de la más reciente versión del juego. Las largas boleas, por ejemplo, terminaron cuando el servicio se convirtió en un recurso infalible que tuvo su mejor exponente en Pistol Pet, Pet Sampras, quien inició el servicio aplanadora a 212 kilómetros por hora. También, el tradicional charm y elegancia del jugador de estas canchas dio paso a la fortaleza física, la velocidad y la fuerza que imperan en el juego de hoy. Las raquetas viajaron de la madera al titanio y las pantalonetas del muslo a las pantorrillas. A todo ello se sumaron avances tecnológicos como el video que aclara dudas; canchas electrónicas contra la lluvia; y un registro que pasó del papel a las fotos, a la TV y a la Red.
Con eso y pese a ello, dos cosas se mantienen incólumes a través del tiempo en la cancha: una compleja estrategia que implica fortaleza física, equilibrio mental, control emocional y conocimiento técnico, de un lado. Y el hecho de que todo rey ha visto el camino franqueado por un rival que le da la talla. Parejas que han hecho las delicias de las finales del Grand Slam y, por su puesto, de Wimbledon.
En los Setentas, la precisión en el juego y un temperamento que disfrutaba por igual darle a la bola que al juez, del norteamericano John McEnroe, enfrentó la determinación del también norteamericano Jimmy Connors quien jugó hasta entrados sus treintas y se despidió de un estadio que de pie lo ovacionaba. Imperaba entonces un tenis de largas boleas y malabarismo en la red.
En los Ochentas, Ivan Lendl, Stefan Edberg y Boris Becker conformaron un triángulo que mantenía vivas las apuestas. Un frío y serio Lendl encontraba siempre en las finales a una “primera versión de Federer”, el sueco Stefan Edberg, un caballero de la cancha de temperamento inconmovible, precisión en el golpe y decisiones certeras; o al panzer Boris Becker con quien empezó a imponerse la fuerza del golpe que hoy impera en las canchas.
Los Noventas dieron una pareja disímil y muy popular. Inconmovible y controlado, al comando de un servicio demoledor que adobaba con una sonrisa de la misma especie, Pet Sampras inauguró la era del súper tenista, titán demoledor de fronteras, batió todos los records. Pero no lo hizo sin esfuerzo. En las finales, al otro lado de la cancha, siempre o casi siempre, estaba Andre Agassi, un espíritu jovial y decidido que pasó de la melena a la calva, de la derrota a la victoria, de una cancha a otra imponiéndole a Sampras un camino largo y escarpado hacia el trono. Fue una pareja de rivales adorada y adorable que inspiró a muchos jóvenes de esa generación a ponerse los tenis y que hoy se retan por los primeros lugares del rancking.
La era Sampras-Agassi que coincidió con la expansión mediática tendió la alfombra roja para que, con el cambio de milenio, caminara sobre ella en todo su esplendor Roger Federer, la sumatoria perfecta de las bondades tenística: técnica, estado físico, mente imperturbable, emociones estables, pasión, buena figura, nobleza, inteligencia y una enorme sonrisa. Con ese equipaje Federer entró a los anales de la historia pero no sin el rival de turno pisándole los talones: una mirada de gitano-moro-catalán plantada del otro lado de la cancha, dispuesta a alcanzar todos los rincones y a enfrentar todas las bolas.Nadal se impuso en el polvo de ladrillo a los diecisiete años y remontó un camino de entrenamiento sin pausa para alcanzar el césped y la cancha dura, siempre y sin falta, sacándose los calzoncillos de las nalgas.
En esta versión de Wimbledon 2011, Federar y Nadal - todavía compartiendo podio en el ranking - luchan por su cuarto de hora expuesto ya a la nueva generación de tenistas de todas partes del mundo que aprendieron de ellos, los maestros de ahora y de antes, que fueron coronados en los Abiertos de Australia, Francia y los Estados Unidos, así como en Wimbledon.
La producción masiva de jugadores buenos, la tecnología, el énfasis en el mantenimiento físico, las sutilezas de la estrategia del juego, el cubrimiento masivo, el volumen de los premios y hasta el diseño del uniforme, hacen de estas parejas de rivales en busca de excelencia, un foco de inspiración a jugadores y observadores de todas las edades y procedencias. Al fin y al cabo, determinación, perseverancia, fortaleza, autocontrol, disciplina, amor por lo que hacen y buen humor son virtudes necesarias en todas las canchas de la vida. Los jóvenes los miran y los imitan. Buena playa.
/June 27/2011 - Sylvia Davila M ®