22 August 2010

Del Oscurantismo al Santismo


By: Sylvia Davila MM
Bogotá

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Lo que mas me sorprendió de estos ocho anos que se cierran, no fue tanto el presidente de los colombianos como los colombianos. Porque en nuestra no muy larga pero sí convulsionada historia, hemos tenido presidentes de todos los matices en cuanto a capacidad y personalidad. Todos, sin embargo, cubrieron su períodos con un manto que, en realidad o en apariencia, promovía, protegía y cumplía las leyes. Las leyes que, en teoría, son iguales para todos y que aplicadas en la práctica a todos, nos protegen a todos. Nos hacen libres. Tuvieron también esos presidente una opinión pública, con voz o sin voz, que, también en realidad o en apariencia, las acataban.
En estos últimos ocho años, sin embargo, las leyes fueron quebradas, pasadas por alto o ignoradas en todos los estratos, estrados y escenarios, no por los ciudadanos del común sino por quienes tienen la función de defenderlas.  La ley prohíbe matar, sin embargo se mató premeditadamente a niños inocentes (los falsos positivos). La ley prohíbe comprar votos con favores, sin embargo se dio la feria de las notarias. La ley prohíbe que personas con hojas de vida cuestionables ocupen cargos públicos, sinembargo una buena porción del congreso elegido esta en la cárcel. La ley ordena proteger la intimidad de las personas, sin embargo se dieron las chuzadas a jueces y periodistas. La ley ordena proteger la salud y la vida de los ciudadanos, sin embargo se redacto un manual de persecución física y psicológica sistematizada. La ley promete proteger la propiedad privada, sin embargo, miles de kilómetros de tierras arrebatadas a sangre y fuego fueron retituladas. La ley castiga la calumnia y la mentira, sin embargo, la Corte Suprema de Justicia fue objeto de la una y de la otra. Y así podríamos seguir revisando los titulares de los diarios.
Mirado en conjunto, durante estos ocho años se impuso una cultura que privilegia la fuerza bruta, ignora las bondades de la razón, a la cual no la detienen las leyes, para la cual no existen los derechos humanos. Se impuso en todos los estratos, estrados y escenarios la cultura paramilitar. Buscando detener la ya octogenaria, violenta, criminal y torpe guerrilla, se dio rienda suelta al mismo fenómeno pero en la otra cara de la moneda. La guerrilla y los paramilitares son idénticos. En términos de una sociedad, ambas son fuerzas que consiguen sus objetivos quebrando, pasando por alto o violando las leyes. Como hiciera Simón el Bobito para deshacerse de un bulto de tierra, se abrió un hoyo en la tierra… Así como Einstein afirmo un día que el universo es mucho más complejo de lo que podemos entender, el presidente saliente era mucho más elemental de lo que el país pudo ver.
Pero lo sorprendente no fue tanto la abierta violación de las leyes por parte de quienes debían defenderlas, sino la absoluta indiferencia de la mayoría de los colombianos y la masiva aprobación que le dieron al presidente bajo cuyo mandato sucedieron todas esas cosas. La falta de solidaridad fue el trademark de esos años. Quizás porque no fueron sus hijos los que fueron contratados para ser asesinados, o porque no fueron sus fincas, casas o negocios los arrebatados a bala. Se ignoró a quienes fueron perseguidos quizás porque no estuvieron nunca en sus zapatos. En estos ocho años, el país se volvió ciego, indolente y rebaño. Las leyes quedaron huérfanas y a la deriva defendidas con valor sólo por la Corte Suprema de Justicia.
Por eso el reto del presidente entrante tiene dimensiones históricas. Debe no sólo devolverle a la Presidencia una visión global, el valor de la razón y del corazón, el respeto por el pensamiento y la vida, la convicción sin miedo, la determinación sin represión, la sabiduría, sino que debe devolverle al país algo que, a la postre, es irremplazable para la unidad nacional: debe devolverle la dignidad a los colombianos. Porque si la vida los ha de hacer rebaño, es deber del pastor llevarlos a buenos pastos. Para hacerlo, el Presidente entrante puede y tiene todos los elementos en las manos. Quiera Dios ayudarlo, para dejar atrás estos ocho años que pasaran a los libros como el Oscurantismo de la historia de Colombia. Ojalá el sol que apareció después de la lluvia en la tarde de la posesión sea un buen presagio, y el nuevo Presidente pueda con su collar Kogy coronar a Colombia de salud, justicia y buen gobierno.

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