Foto tomada de FACEBOOK
El nuevo alcalde de Bogotá y el Gobernador de
Antioquia en Colombia, Sur America retiraron hace poco el apoyo oficial de sus
despachos a las corridas de Toros. Los seguidores de las corridas - ese
escenario en el que un grupo de personas observa tortura por
diversión… - saltaron con argumentos que dejan estupefacto a cualquier animal racional. La lidia de toros que definen como preparación para la muerte… dicen, no se
puede prohibir porque su práctica se da desde hace varios siglos, argumento que podría aplicarse por igual a la esclavitud, el corte de cabezas o los
sangrados para curar enfermos que también se practicaban hace varios siglos.
Imposible reliminar los instrumentos de tortura – las banderillas,
la pica y la espada - dicen, porque sus seguidores son fanáticos y nunca lo permitirían. Además, aseguran, torturar y
matar a un ser vivo produce inmensos
dividendos. Es difícil creer que en el siglo XXI a nombre del fanatismo y el dinero se
defienda la tortura y la muerte. Alguien alguna vez aseguró que prohibir las corridas de toros es regresar a
la Inquisición. Hay quienes lo consideran un Arte.
De hecho es Inquisición. En la plenitud de su fuerza, el toro es aislado en un lugar oscuro sin comida ni agua y apuñalado por la espalda apenas lo suficiente para no matarlo, solo herirlo. Acto seguido, lo lanzan a la plaza iluminada y llena de gente ansiosa por presenciar su tortura. Siguen banderillas en la espalda en donde no puede alcanzarlas. Lucha por su vida y la plaza le contesta Olé Olé. Cuando su verdugo ha alimentado un ego tétrico ante toldas inundadas de aplausos desalmados, y un público incomprensible se ha saciado del dolor y la sangre del magnífico y potente animal, éste sólo, impotente, adolorido y burlado muere por la espada directo al corazón. El trofeo, mutilación: las oreja y la cola. El término Inquisición es demasiado moderno para eso.
El hecho de que el noventa por ciento de los colombianos se opongan a esa práctica con animales da esperanzas a un país tan visitado por la muerte y la tortura de personas. El alcalde de Bogotá y el Gobernador de Antioquia, independientemente de sus políticas, en este asunto ponen la cara por la vida. Las corridas de toros son el escenario que más recuerda a la Inquisición o al coliseo Romano. Y sí, también es verdad que los inquisidores y los Césares pensaban que lo que hacían era un arte. /SDM
De hecho es Inquisición. En la plenitud de su fuerza, el toro es aislado en un lugar oscuro sin comida ni agua y apuñalado por la espalda apenas lo suficiente para no matarlo, solo herirlo. Acto seguido, lo lanzan a la plaza iluminada y llena de gente ansiosa por presenciar su tortura. Siguen banderillas en la espalda en donde no puede alcanzarlas. Lucha por su vida y la plaza le contesta Olé Olé. Cuando su verdugo ha alimentado un ego tétrico ante toldas inundadas de aplausos desalmados, y un público incomprensible se ha saciado del dolor y la sangre del magnífico y potente animal, éste sólo, impotente, adolorido y burlado muere por la espada directo al corazón. El trofeo, mutilación: las oreja y la cola. El término Inquisición es demasiado moderno para eso.
El hecho de que el noventa por ciento de los colombianos se opongan a esa práctica con animales da esperanzas a un país tan visitado por la muerte y la tortura de personas. El alcalde de Bogotá y el Gobernador de Antioquia, independientemente de sus políticas, en este asunto ponen la cara por la vida. Las corridas de toros son el escenario que más recuerda a la Inquisición o al coliseo Romano. Y sí, también es verdad que los inquisidores y los Césares pensaban que lo que hacían era un arte. /SDM
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