A todos nos enseñan a subir pero son pocos los que saben bajar. Competencia,
esfuerzo, agallas, ambición es el pan de cada día de la cartilla personal de
todos, pero no todos sabemos qué hacer cuando la vida nos lanza a un abismo,
nos planta un muro o nos obliga a andar un camino impensado. Ese fue el caso de
Bernardo Hoyos.
Las generaciones jóvenes poco saben de él pero quien
incursione en la vida cultural encontrará alguna huella que él dejó a su paso,
paso que inició con pie derecho hasta que – en una extraña premonición de su
apellido – cayó en un hoyo oscuro que a los treinta años trastornó para siempre
su proyecto de vida.
Todo empieza para Bernardino, su nombre de pila, con
las voces del coro retumbando en las paredes de la iglesia de Santa Rosa de
Osos, su ciudad natal. La música
fue el mástil que señaló el camino. En 1953, apenas cuatro años después de la
aparición de los discos LP (long play),
el rector de la universidad en donde estudiaba Derecho le ofreció conducir un
programa de música en la emisora de radio del plantel. Tenía veinte años. Al tiempo que estudiaba, Bernardino
conseguía discos comprados o prestados para transmitir lo mejor del Jazz de la
época. Fue tanto el éxito del programa que, en retribución por dar a conocer el
Jazz en estas tierras y a través del Colombo Americano, recibió una beca Fulbright, beca que contaba entonces, y
aún lo hace, con un gran prestigio y coronaba a su dueño con excelencia
académica.
En Washington aprendió inglés y en Nueva York se
hundió en el mundo cultural que ya empezaba a definir sus propósitos. Por eso,
la siguiente meta fue Europa. Dejó de fumar para ahorrar, puso el presupuesto
en cintura, y con lo que ahorró compró un viaje de ida y vuelta que lo llevaría
en barco desde Nueva York hasta Le Havre, y lo regresaría cuatro meses después en
el barco Il uso di mare desde
Barcelona hasta Cartagena.
Dos meses en los museos, teatros, bibliotecas y
calles de París, uno en España y otro en Italia le dieron el primer baño
cultural in situ que constituirían
las primeras bases para sus sólidos conocimientos. Al regresar a Colombia,
pensó en convertirse en ejecutivo en áreas relacionadas con sus gustos
personales. Ahí es cuando Bernardino se convierte en Bernardo. Trabajó en Cine
Colombia, en Atlas Publicidad, en McKanericson y en Dinavision hasta que le
ofrecieron el cargo de relacionista público en una compañía en Nueva Orleans.
El tic-tac del reloj marcó una nueva partida acercándolo al vuelco que, sin
falta, daría su vida.
Pasado un tiempo de vivir en la ciudad del Jazz,
compró de nuevo un pasaje a Europa, esta vez, a la ciudad que constituía La
Meca de sus ilusiones: Londres. Fue allí, una noche del otoño de 1966, en un
bar de Wimpole Street, en donde los amigos con quienes compartía unas copas le
contaron que emprenderían un viaje a Italia y Yugoslavia. Al escuchar el
conocimiento detallado que sobre Italia tenia Bernardo, le propusieron acompañarlos.
Bernardo dio el primer sí que cambiaria para siempre su vida.
Una mañana al despertar en un hotel en Yugoslavia
vio el equivalente a una moneda negra instalada en medio del ojo derecho. Una
revisión urgente en el hospital de la zona diagnosticó una rara infección que
levantó en algún momento del viaje. En el hospital le aplicaron antibiótico.
Seguro de que la medicina obraría efecto, Bernardo continuó la gira turística
hasta que, seis días más tarde, caminando en una iglesia el piso empezó a
oscilar, a moverse, a quebrarse… Alarmado, decidió regresar inmediatamente a
Roma en busca del profesor Vietti, autoridad en la materia, quien accedió a
verlo al día siguiente. A las seis de la mañana del día que señaló el giro
drástico que tomaría su vida, sentado sólo en una banca de un corredor de
hospital, mantuvo la calma cuando el profesor Vietti se acercó, lo examinó y
sin emoción dictaminó: “ Desprendimiento
de retina doble” en ambos ojos. El atareado profesor siguió su camino
dejando a Bernardo sin aliento con cada palabra retumbando en la mente: estaba
ciego. Tenia 32 años.
El temor inicial cedió pronto frente a una sólida
vena filosófica que lo ha acompañado siempre. Pensó “Nadie será tentado más allá de sus fuerzas” palabras de San Pablo
y, también “No quiero quedarme ciego ni
morir en Roma”, palabras de él. Regresó a Colombia para iniciar una odisea
clínica de varios años – operaciones exitosas, operaciones menos exitosas,
períodos en los que la visión parecía recuperarse, períodos de oscuridad total
– hasta llegar al peor escenario para su vida: imposibilidad de leer.
Pero la vida que le quitó por un lado lo compensó
por otro. En uno de los períodos “buenos” de la visión conoció a Constanza
Montes a quien dio el segundo sí que le cambió la vida. Constanza se convirtió,
no en su bastón - Bernardo siempre ha caminado solo - sino en la persona que
compartiría su vida literalmente en las buenas y en las malas. Bernardo
continuó trabajando gracias a que aprendió a hacer mapas mentales de los
lugares de trabajo, número de escalones, puertas, giros, voces. La luz y sombra
que le permiten los ojos se convirtió en la realidad que él maneja con
propiedad y dignidad. También llegó a sus manos una lupa que le permitió volver
a leer con un ojo, sobretodo a Proust a quien recita de memoria en español,
inglés y francés.
Su determinación de llevar una vida normal lo llevó
a conseguirla. En 1990 fue nombrado relacionista público de Bavaria y unos años
después editor de la revista International
Management con sede en Londres.
Allí aceptó ser redactor internacional de la BBC en donde trabajó nueve
años. Hoy, a los 76 años, Bernardo piensa que “la vida más que dificultades me ha dado
oportunidades”, y se considera afortunado de haber podido trabajar toda la
vida en lo que le gusta: cine, literatura y música. Una inusual calidad humana
que rige su comportamiento y sus palabras, le ha ganado cierta reverencia que
le otorga quien se acerca. No reclama a la vida por la carga que le puso,
piensa que siempre “he hecho lo
indispensable” para cumplirle a la familia, al trabajo y a sí mismo. Los
afectos que crea a su alrededor se resumen en las palabras de su único hijo,
Juan Sebastian, cuando le pedí me hablara sobre Bernardo. Me dijo: “Por supuesto, cuando quieras. Nada que me
guste más en la vida que hablar de mi padre.” / Abril 10/2011 - SILVIA DAVILA MORALES®. Marzo/2011 - Photo: Archivo Bernardo Hoyos
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