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FotoL Laura Wills D
Madres las hay de todas clases, pero lo que todas tienen en común es esa determinación profunda y ese amor sin fronteras cuando se trata de los hijos.
Para quienes no conocen a Luciano, Luciano es un pez que vive la habitación de María y el cual, cuando la niña entra, se hace docientos metros a la redonda en la pecera. Con Suko, el perro y Paco, el novio, Luciano es uno de los consentidos de la niña y, por lo tanto, lleva una vida feliz. Bueno, la llevaba hasta que la María se fue una semana de vacaciones dejando a Luciano al cuidado de Cecilia, su atareada madre.
Transcurridos ocho días del viaje, una tarde cualquiera María llama a la mamá a reportarse. Entre cosa y cosa cayó a pregunta: “Mamá, le has dado comida a Luciano”? momento en el cual Cecilia deja de respirar, palidece, grita y corre a la habitación de la niña esperando encontrarse un pez muerto por inanición. Efectivamente, en su pecera Luciano utiliza sus últimas fuerzas para mantenerse a flote. Los ojos desorbitados, Cecilia observa a Luciano incapaz de reconocer si eso que está haciendo - o sea, nada - es normal, dado que es la primera vez en toda su vida que observa detenidamente a un pez. Con la conciencia destrozada vuelve al teléfono, confiesa a María su inexplicable olvido y le describe la situación de Luciano. Alarmada, María le pide: “Mamá!! Llévalo YA al veterinario!!”, a lo que Cecilia con esa siempre impredecible, pero sobretodo sorprendente, capacidad de reacción de las mamás, responde: “OK!”
Acto seguido y con toda propiedad, Cecilia corre a la cocina, regresa a la habitación y se le aparece al pobre Luciano con una coladera en la mano. Por respeto a Luciano, voy a pasar por alto los veinte minutos de boleada de coladera, splasshhh, ay Dios míos, brutas carajos que se sucedieron unos a otros hasta que, por fin Luciano muy lúcido, entendió que sería mejor dejarse meter en la bolsa que la triste suerte que le esperaba con la coladera.
Tras descartar dos hospitales y una clínica, y dado que ahora Luciano y con razón parecía un cadáver, Cecilia resolvió llevarlo a la tienda de mascotas en donde lo había comprado. Tomó la bolsa, subió al auto y puso a Luciano de copiloto en el asiento contiguo. Arrancó veloz rumbo a la tienda de mascotas pero ignoro por qué en situaciones como esas tiende a imponerse la ley de Murphy: a pocos metros de su destino, un semáforo cambió a rojo, Cecilia puso el pie en el freno, el auto se detuvo, la bolsa se volteó y salió disparado Luciano...
Luciano es, quizás, el único pez del planeta que tiene una idea precisa de lo que es un parque de diversiones. Rodó por la silla como en tobogán, saltó sobre el freno de mano, se perdió en la oscuridad del asiento trasero y apareció saltando a los pies de Cecilia. La música de fondo de la escena estuvo a cargo de todos los autos que pitaban detrás de ella. Ignoro si por amor a María, compasión con Luciano o desesperación con los pitos, Cecilia se armó de valor y con su veintena de pulseras tintinando, le mandó la mano y en un sólo intento lo atrapó. Luciano y su nervious breakdown fueron a dar de nuevo a la bolsa.
En la tienda de mascotas lo consintieron y le dieron de comer pero no pudieron calmarlo, porque Luciano sabía que tenía que regresar a la casa por el mismo camino, en la misma forma y con la misma conductora. Total, María regresó de vacaciones y Luciano nada de nuevo en su pecera, pero dolido. Ahora, cuando la niña entra ya no da las docientas vueltas a la redonda. Ni hablar cuando entra Cecilia. Cuando la ve, simplemente se voltea boca arriba y se hace el muerto/ SILVIA DAVILA MORALES ® Photo: Laura Wills (R)