Por estos días se conmemoran los veinte años de la Constitución del 91
que nació en el seno de lo que se conoció como La Constituyente, una reunión de
fuerzas políticas encargada de redactarla. En ese entonces, yo trabajaba en la
revista Semana escribiendo su sección Gente. Un día cualquiera, el director me
sugirió hacer un perfil de un Constituyente. Me dispuse a cumplir con mi labor
sin saber hasta dónde nos puede llevar un día cualquiera.
Llegué al Centro de Convenciones, pasé múltiples medidas de seguridad,
escogí al personaje e hice la entrevista. Cuando terminé el entrevistado
preguntó: quiere estar en una sesión? Respondí
Si. Dijo sígueme y salió caminando raudo. Entramos al recinto. En un extremo
la mesa de la presidencia colegiada, y del otro múltiples curules para los
constituyentes. Una baranda de madera enmarcaba el recinto, tras ella tarimas
atiborradas de periodistas.
Me vino a la memoria el famoso óleo del Congreso de Angostura. ‘Debió ser algo así’, pensé. El
entrevistado continuó su camino y se sentó en su curul. Parada en medio de la
sesión, busqué rápidamente un lugar en donde sentarme. A pocos pasos había una
silla vacía desde donde tenía panorámica de la sala y visión directa a la mesa
de la Presidencia. Me senté a tomar algunas notas.
En un momento dado, levanto la mirada y veo allá - al otro lado,
detrás de la baranda de madera, en la tarima de los periodistas - a María
Paulina, colega de la revista encargada de cubrir el evento, los ojos
desorbitados, los brazos dirigiendo la parqueada de un avión, la boca
convertida en una “O” perfecta que me gritaba un silencioso pero definitivo
“No!!!”. Entendí la alarma pero no muy bien el motivo.
De pronto tuve la rara sensación de que el lugar en el que me
encontraba, de hecho, estaba un poco demasiado iluminado. Voltee a mirar y la
totalidad del recinto me miraba, cientos de rostros entre curiosos e
incrédulos. En ese momento, se acercó una señorita muy comportada y me dijo al
oído: “ Disculpe, está sentada en el puesto
del Ministro de Gobierno.” Antes de cerrar mi libreta, levantarme y salir con la dignidad que
ameritaba el momento y sin soltar la carcajada, pensé: “Hm!
Llego a encontrar una silla distinta y me quedo por fuera del óleo”.SYLVIA
DAVILA MORALES®
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